Eric Cantoná, 1995, escenario del crimen. Una estampa para besar al santo cada vez que se produzca un nuevo ataque racista en cualquier estadio del mundo.
Eric Cantoná, 1995, escenario del crimen. Una estampa para besar al santo cada vez que se produzca un nuevo ataque racista en cualquier estadio del mundo.

BOLA AL AIRE

1 OJO NEGRO

No hace mucho le preguntaron a Eric Cantona –extraordinario y aguerrido delantero, leyenda viva del Manchester United– cuál había sido el mejor momento de su carrera deportiva. Sin dudarlo mucho, Cantona respondió: “Fue cuando le di una patada de kung fu a un hooligan”.

El episodio es digno de rememorarse. Enero de 1995. El hombre, además de insultos de la tribuna, en su calidad de líder y estrella de su equipo, venía recibiendo patadas a vista y paciencia del árbitro durante un partido del United contra el Crystal Palace, sin que este se animase siquiera a sacar una amarilla. Pero cuando Cantoná, que no se andaba con chiquitas, decidió devolver un golpe, el jurisconsulto lo expulsó de inmediato.

Camino a los vestuarios, pasó por una gradería repleta de barristas del Palace, que, desde luego, le gritaban toda clase de barbaridades. Hasta que uno de ellos bajó hasta el borde mismo de la cancha a mentarle la madre e insultarlo casi a la cara, aludiendo a su condición de migrante, “sucio francés”.

No se sabe lo que pasó por la cabeza de ‘King Eric’ –que, además de haber incursionado en el cine, as himself y en calidad de actor, acaba de lanzarse como cantante–, pero lo cierto es que, en el momento en que le gritaban, impulsado como por un resorte, le aplicó un tacle en la cara al desgraciado barrabrava… y todo delante de cámaras de televisión y a estadio lleno.

Los mandamases de la liga inglesa, escandalizados y ofendidos por este francés barriobajero, como le llamaron algunos, le clavaron una multa cuantiosa, una suspensión de nueve meses y no sé cuántas horas efectivas de trabajo social. La escena, sin embargo, dio la vuelta al mundo (y la sigue dando).

2 NEGRO PORVENIR

El ataque racista contra Vinicius, jugador del Real Madrid, ha puesto al descubierto un problema social que desborda largamente el ámbito futbolístico. Y no es exclusivo de España. Se han pronunciado no solo colegas de otros clubes, entrenadores y autoridades deportivas, sino también deportistas de otras especialidades, el presidente de Brasil, altos funcionarios de la ONU y demás.

Todos ellos perorando, con más o menos solemnidad e indignación, sobre tomar cartas en el asunto o exigir medidas en los estadios, que algunas ya se emitieron apuradamente en la madre patria, siempre a la cola en estos asuntos. España ha sido el último país en incorporar negros a sus equipos nacionales. Se ha castigado incluso a algún árbitro presuntamente racista operando en los cubículos del VAR.

Suecia, Inglaterra, Francia, Portugal, Bélgica, Italia, Holanda y hasta Alemania tenían ya a jugadores descendientes africanos de sus excolonias o hijos de inmigrados en sus selecciones de fútbol desde hace dos o tres mundiales. Y, aunque también ha habido cruces de cables por insultos racistas desde las tribunas, como las respectivas federaciones nacionales de fútbol reaccionaron de inmediato, la onda bajó de intensidad, sin haber desaparecido del todo.

Las redes sociales, en cambio, son más difíciles de controlar, gracias a la tolerancia de Mr. Zuckerberg, y ahora de Elon Musk, con este tipo de actividad hater (siempre y cuando el insultado, masiva o individualmente, no sea un judío).

En España, el racismo anda descontrolado debido a la inmigración, mayormente ilegal, de africanos, y cuentan hoy hasta con un partido político que, entre otras barbaridades retrógradas, repite consignas abiertamente racistas: Vox. Porque el racismo se origina también en la xenofobia, en el rechazo al migrante, especialmente al migrante pobre.

En las últimas décadas del siglo pasado, recordemos, ese racismo tenía por blanco a los sudamericanos: “sudacas” les decían (diminutivo de “sudacacas”), muchos de ellos exiliados o huidos de las catástrofes económicas en sus países. Hay quienes sostienen que la necedad del Barcelona al malvender a Diego Maradona al Napoli en 1984 tuvo origen en ese desprecio por un genio rebelde, nacionalista, bocatán… y encima sudaca.

Cuando Maradona volvió a jugar contra el equipo –Athletic de Bilbao– que le había roto la pierna, poniéndolo al borde del retiro, hacía casi un año, ante los ojos de un enésimo árbitro permisivo, decidió cobrarse la revancha él mismo. La batalla campal que se armó en la final de la Copa del Rey, delante del ídem, fue el detonante para que los catalanes lo echaran de su equipo y lo vendieran a Italia. Un gravísimo error del que hasta ahora se arrepienten.

3 NEGRO EL ONCE

En el Perú o en Hispanoamérica, el racismo solo es una variante más del insulto, de la ferocidad con que se atacan verbalmente las barras bravas de los equipos de fútbol. Una violencia verbal que suele estar a un paso de la violencia física. O, mejor dicho, es casi siempre la antesala de esta.

El racismo en el Perú es un sentimiento muy arraigado, pero también complejo. Y es por antonomasia el argumento que salta cuando la racionalidad agota su discurso, si es que hubo o hay capacidad de ser racionales, que a menudo se toma el camino corto hacia ese insulto. Recordemos que, refiriéndose a las recientes protestas sociales, nada menos que un ministro de Educación comparó con animales a las mamachas aymaras que marchaban con sus bebés a la espalda.

Sin embargo, gritar “indio” o “cholo” al adversario en un estadio de fútbol es casi como un pañuelazo. No es lo mismo cuando le espeta el término a otro en la calle o en otros contextos sociales.

Jugadores negros batidos por la tribuna como ese gigante que era Javier Castillo o el recientemente ornamentado Cuto Guadalupe se prestaban más para el humor que para la burla cruel, que obviamente también se emitía. En una gradería repleta de cholos, indios, negros, chinos, sacalaguas, noteentiendos, tiene poco sentido apelar a esa guisa como insulto. Total, los equipos estaban también integrados por una corte similar de individuos.

A Juan Joya, peruano goleador y estrella del Peñarol de los sesenta, le cantaban sus hinchas “Negro el Once” cada vez que hacía un gol. Y todos contentos. En Uruguay –a diferencia de Argentina– la población negra logró sobrevivir cuando devino república. Allí no hubo una limpieza étnica similar a la de su vecino al otro lado del Plata.

En Brasil, el país con la mayor población negra de Sudamérica, los episodios racistas sí tienen otro calado, pues se trata de un viejo mal, agravado por la larga dictadura militar (1964-1985) que los gobernó y por buena parte de los gobiernos civiles que le sucedieron. Y de los que Jair Bolsonaro es solo la última expresión.

De ahí la sensibilidad con el tema para los brasileños, sean futbolistas o no. El desprecio por la raza negra en el país de Pelé es cosa de todos los días: maltratos, abusos, asesinatos, encarcelamientos. Está en la calle, en las dependencias del Estado, en las fuerzas de seguridad… El racismo en Brasil es cosa seria y se puede entender la amargura de un veinteañero como Vinicius, que, pese a su éxito como jugador, tiene que seguir oyendo esas manifestaciones de odio, que seguramente creyó dejar atrás al dejar la pobreza, su país para arribar a la Europa “civilizada”.

4 CAMISA NEGRA

El racismo en fútbol está, pues, ligado a lo que ocurre en cada sociedad, en cada país. No se va a terminar ni hoy ni mañana, porque la realidad es más grande que los estadios de fútbol, y es en ese espacio casi infinito en el que se le debe combatir. Con educación, sí, como dicen, por supuesto, pero también con medidas económicas y sociales que puedan sustentar ese cambio en las mentalidades.

Mientras tanto, es siempre un consuelo poder besar la estampita del zapatazo de Cantoná hacia el rostro de este hooligan, que resultó nada menos que militante del National Front, un partido violentista inglés que también tiene al racismo y la xenofobia como bandera, muy proclive a la prédica neonazi.

Repreguntado por el incidente y si se arrepentía de algo, King Eric se limitó a contestar: “Mmmm… sí... de no haberlo pateado más fuerte. Lo siento, no puedo arrepentirme: me sentí estupendo… He visto a muchos jugadores marcando goles y todos ellos conocen, conocemos, la sensación. Pero esta, la de saltar y patear a un fascista, no es algo que se saboree todos los días”.

Así que bola al aire y santo remedio. A seguir jugando.