Palacio de Gobierno (Foto: @photo.gec)
Palacio de Gobierno (Foto: @photo.gec)

En el campo de la economía, ya es indiscutible el rol que juegan las instituciones del Estado en el desarrollo económico. Son la base de los países; la confianza, la base de las instituciones. En la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), por ejemplo, se han identificado cinco impulsores de confianza ciudadana en instituciones públicas: fiabilidad, sensibilidad, franqueza, integridad y justicia. Cinco impulsores que hoy nos son ajenos.

Como casi todo en la vida, lograr instituciones robustas y confiables toma mucho tiempo; destruirlas, en cambio, puede hacerse rápidamente. De por sí, nunca hemos tenido instituciones completamente sólidas, pero hoy atraviesan uno de sus momentos más enclenques. Los peruanos somos espectadores de cómo cada día se van debilitando porque las personas que las dirigen se concentran en dimes y diretes y en su propio beneficio.

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Incluso se ha llegado al punto en que los escándalos de corrupción son tantos que han perdido su capacidad de escandalizar. La corrupción es la antítesis de la confianza. Según cálculos de 2018 del Foro Económico Mundial, la corrupción mundial cuesta cerca de 2.6 billones de dólares. La falta de acuerdos políticos nos va a dejar como un país en vías de desarrollo sin viada.

La cuestión de confianza que el Ejecutivo ha tomado como negada de facto es una raya más a un tigre gigante de desconfianza que los representantes de nuestras instituciones más importantes han creado a pulso.

Esperemos que los representantes de nuestros poderes Ejecutivo y Legislativo dejen de mal usar los recursos legales para pelear por quien tiene más poder, y se den cuenta de que la confianza que han perdido es la de los peruanos.

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