Fachada del JNE. (Foto: Manuel Melgar / @photo.gec)
Fachada del JNE. (Foto: Manuel Melgar / @photo.gec)

Esta semana tuve que informar a través de esta columna un tema hasta cierto punto personal sobre mi aventura política con Somos Perú, pero las nebulosas circunstancias en torno a la inscripción final ante el JNE me obligan a hacerlo público.

Esta novela empezó el último día de las afiliaciones, en enero de este año, cuando recibo una llamada de un candidato provincial proponiéndome una reunión urgente para hacernos una propuesta. Grande fue la sorpresa porque proponían una alianza electoral con el movimiento regional que lidero y la base regional del partido Somos Perú.

Esta alianza electoral permitía consolidar las listas a los municipios provinciales y distritales y, sobre todo, era una estrategia sagaz, en vista de que las elecciones regionales se ganan generalmente en segunda vuelta y se requiere hacer alianzas. Después de tanta insistencia y con la presencia de la dirigencia de las dos organizaciones, firmamos un acuerdo político para consolidar el trato.

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Era evidente que esta alianza tenía el costo político de cargarnos los pasivos de Somos Perú a pesar de que era un acuerdo regional; lo asumimos por la aspiración de generar una propuesta seria para Apurímac que, partir del próximo año, será la región más rica por ingresos del canon minero, pero supeditada a gestionar los conflictos sociales en el corredor.

Finalmente nos sometimos a los designios y arbitrariedades de Somos Perú. Una vez afiliados, fueron seis meses de acciones vedadas para sabotear nuestra lista. Finalmente llegamos hasta la etapa final, que termina hoy, cuando se cierre la inscripción en el JNE.

Al leer la columna, probablemente no se nos haya inscrito. Accionaremos legalmente ante el JNE, pero queda el sinsabor de la perversidad que hay en el manejo de los partidos, que son un feudo particular de personajes cuestionados. Necesitamos la reforma política.

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