"La base de este cambio tiene que partir por reconocer que es el individuo el eje central de la sociedad y que la política y sistema económico existen para servir al individuo y su desarrollo". (Foto: Andina)
"La base de este cambio tiene que partir por reconocer que es el individuo el eje central de la sociedad y que la política y sistema económico existen para servir al individuo y su desarrollo". (Foto: Andina)

En 1990, el Perú luchaba por su subsistencia como nación soberana. Las reformas que se produjeron tenían por finalidad la pacificación nacional y saneamiento de las cuentas fiscales. Habiéndolo conseguido, el nuevo siglo trajo nuevos desafíos: conquistar nuevos mercados internacionales y promover la gran inversión para desarrollar los grandes proyectos mineros, las megairrigaciones y grandes obras de infraestructura. En esta etapa proliferaron los tratados de libre comercio, vino el boom agroindustrial, se desarrollaron grandes proyectos mineros con niveles de inversión y renta estatal nunca antes vistos.

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En suma, fueron lustros de continuo crecimiento económico y de una notable reducción de la pobreza de cerca del 60% a algo más del 20% para 2019.

Sin embargo, ante la ausencia de reformas estructurales de segunda generación, la creciente crispación política, la falta de convicción en los fundamentos del modelo, así como una creciente burocracia, la inversión comenzó a resentirse y el crecimiento económico –y la reducción de la pobreza– se fueron ralentizando. La llegada de pandemia del COVID-19 puso fin a esta etapa y es así que, desde 2020, vivimos una situación de enorme volatilidad política y profunda incertidumbre económica.

Ante ello, los cambios importantes que se necesitan –y que el ciudadano reclama– deben darse sobre la base de las fortalezas de nuestra economía y la inversión, y no a costa de ellas. Un salto al vacío también es un cambio, pero no uno deseable.

La base de este cambio tiene que partir por reconocer que es el individuo el eje central de la sociedad y que la política y sistema económico existen para servir al individuo y su desarrollo. Movilidad social, inclusión, seguridad ciudadana y desarrollo personal son elementos centrales en las políticas que debemos emprender si queremos lograr cambios hacia adelante.

Además, empoderar al consumidor, desconcentrar mercados, reducir barreras –fomentando mayor apertura y competencia– y terminar con el abuso de la posición dominante que muchos sectores concentrados ejercen sobre el ciudadano son decisiones impostergables hacia una economía de mercado, de capitalismo popular, con inclusión, con competencia y sin privilegios.

Desde la perspectiva política y social, el objetivo debe ser generar las condiciones de salud, educación, seguridad ciudadana e infraestructura necesarias para que sea el esfuerzo, el talento, la inventiva y espíritu emprendedor de los ciudadanos lo que determine su éxito y no su lugar de origen geográfico o socioeconómico.

Ese cambio solo será posible con crecimiento económico basado en mayor inversión privada y un Estado eficiente, ágil y poderoso, presente ahí donde debe estar y no un Estado adiposo, lerdo, que derrocha recursos limitados financiando actividades que no le competen. Para que el cambio sea un salto hacia adelante y no uno al vacío, debemos entender que ahora es el turno del peruano de a pie.

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