Un profesor de un aula con 10 alumnos toma un examen. Dos sacaron 20, cuatro sacaron 18, dos sacaron 14 y dos sacaron 10. Decide entonces que, en aras de lograr la igualdad, les va a poner el promedio del salón a todos los alumnos. Así, ellos, al margen del resultado obtenido en el examen, obtienen una nota de 16.

El profesor luego anuncia que la semana siguiente tomará otro examen y aplicará el mismo sistema para asignar las notas. ¿Cómo se alinean los incentivos para estudiar para el siguiente examen? Es razonable suponer que los que sacaron 20 y 18, pero obtuvieron 16, estudiarán para sacar solo 16; los que sacaron 14 y 10 saben que no es necesario estudiar más, pues esforzándose solo para 14 o 10 obtendrán un beneficio superior dado por el profesor. Los resultados del siguiente examen son estos: seis alumnos con 16, dos con 14 y dos con 10. El promedio asignado ahora es 14.4.

Si repetimos este experimento, al no haber incentivos para esforzarse por encima del promedio, este se irá reduciendo hasta igualarse en el límite inferior. Es decir, las notas serán cada vez más cercanas hasta todos obtener 10. Se puede argumentar, correctamente, que la desigualdad en las notas se ha reducido, pero se habrá perdido en valor neto de 6 (de 16 a 10).

Este es el espiral destructivo de valor que termina colapsando las economías socialistas. Al querer imponer igualdad en el resultado, termina por destruir los incentivos para la generación de valor. Países con subsidios y asignaciones universales ciegas, como ocurre en Argentina o en la España de hoy, generan este efecto, donde -inclusive- se gana más sin trabajar que trabajando. Esto no solo consume ingentes recursos fiscales, sino que priva a las sociedades del espíritu emprendedor, generador de valor de las personas.

En el caso de países como el Perú, con una enorme asimetría en el acceso a la educación, a la salud de calidad, con poca y mala infraestructura, la gente no es pobre porque quiere, sino porque faltan todas las condiciones para que la economía de mercado y el sistema capitalista proliferen.

El objetivo de un Estado capitalista, de economía libre de mercado, debe ser también la igualdad, pero la igualdad de oportunidades, es decir, que el piso esté parejo para todos, que la prosperidad económica de una persona no esté predeterminada por el origen socioeconómico o geográfico donde ha nacido y que sea el esfuerzo, preparación, dedicación e inteligencia lo que determine el resultado.

Por eso, en una sociedad capitalista de economía de mercado, el acceso a la salud universal, educación de calidad e infraestructura son variables determinantes, así como también lo es la igualdad ante la ley, la no discriminación y la predictibilidad del sistema de justicia. Estos son los pilares para el funcionamiento de la economía de mercado y constituyen los grandes desafíos para que el Perú tenga una economía próspera, inclusiva, sin privilegios, generadora de valor.