Librerías. Foto: difusión
Librerías. Foto: difusión

Muchos editores, libreros y agentes culturales han celebrado con bombos y platillos el Día del Libro. Vale la pena hacer algunas reflexiones sobre el mercado editorial y su porvenir. Permítanme ser realista. Los peruanos, como sociedad (si acaso existe), no leemos más de dos libros al año, según la última encuesta de lectura nacional. Esto, por supuesto, es un síntoma de un sector plagado de libreros, editores y agentes culturales con una visión chata, acultural y elitista.

El escritor es quien menos gana de la cadena editorial. La mayor cantidad del dinero se distribuye entre editores, agentes y librerías. En la mayoría de los casos es el escritor quien debe buscar el financiamiento para la publicación de su obra. Gran parte de los editores no son buenos lectores ni tampoco les interesa la literatura. Es más, les resulta incómodo, prefieren vender libros de astrología, autoayuda o cocina porque son más rentables. También hay editores que roban, que no pagan las regalías e, incluso, se enojan cuando uno exige que cumplan su contrato. No son pocos los escritores que me comentan que se pelean y, hasta denuncian, a sus editores.

Son pocas las editoriales que hacen el esfuerzo de salir de Lima pretexto de que “los provincianos no leen”. No saben de literatura (a pesar de que hacen dinero con ella). La mejor literatura nacional ha nacido en la provincia: Vallejo, Vargas Llosa, Arguedas, Reynoso, Rivera Martínez, Gutiérrez, Valdelomar, Mato de Turner, entre otros. Si en provincia no leemos, ¿cómo es posible la existencia de escritores como Karina Pacheco, Julia Wong, Roger Santivañez, Tadeo Palacios o yo mismo? Todas las veces que he presentado libros en provincia, sea poesía o narrativa, las salas se llenaron de ávidos lectores hambrientos de actividades culturales. Ojalá los editores de literatura leyeran más y mejor.

Recuerdo, cuando aún era un autor nuevo, haber buscado casa editorial para mi novela En la última noche yo te amé. Un editor de una gran editorial tuvo el desparpajo de recomendarme matricularme a un curso de escritura suyo antes de publicar porque “así funciona”. Lo que es, evidentemente, un modo de corrupción privada. Otro editor me dijo que estaban buscando a un nuevo Renato Cisneros, como si eso fuera posible. Cuando la novela salió, en otra editorial, fue considerada uno de los libros peruanos del año según un portal de noticias internacional. No todos los noveles escritores, lamentablemente, logran sortear a los señores feudales.

El mercado editorial peruano es raquítico. Si las editoriales independientes venden mil libros es ya una proeza. Pero el problema no es solo la falta de lectores, sino también la falta de visión para ensanchar el mercado y colocar los productos editoriales en provincia. Por si fuera poco, a muchos escritores se les da por ser sectarios y se enfrentan los unos a los otros en peleas pírricas y sin importancia. A pesar de esto, hay ejemplos buenos: Ferias de libro como las de Trujillo, Ica, Cusco, Chepén son muestra de lo que se puede hacer para promover la lectura. Por eso es loable el esfuerzo que realiza, por ejemplo, Estación La Cultura, dirigida por el talentoso Diego Bardález o la novísima Santa Rabia Poetry, dirigida por Elí Urbina, que proponen no solo sellos editoriales de alcance nacional, sino especializados en algún género en específico. Más plausible es la labor de las editoriales independientes de provincia, muchas veces marginadas de los círculos, las ferias y las librerías de la capital, pero cuyas publicaciones componen, muchas veces, el plan lector de las escuelas.

Pero el martirio no acaba allí. Una vez que sale el libro, debemos enfrentarnos a un batallón de periodistas mal informados, incapaces de investigar un poco antes de hacer una entrevista. Recuerdo haber sido entrevistado en televisión por mi poemario Los monstruos frente al espejo, cuyos poemas son corpóreos, y tener que responder preguntas tan estúpidas como: “¿Qué opina de las cirugías estéticas?” Hace poco se publicó en una revista conocida una reseña de la obra teatral Monstruo de Armendáriz, en la que decidieron omitir el nombre de Sebastián Eddowes-Vargas, uno de los escritores del guion. Los escritores nos llevamos la peor parte. Y, por si fuera poco, nuestra obra adquiere valor cuando morimos.

Es necesario democratizar la lectura. Necesitamos agentes culturales valientes, capaces de ver oportunidades donde hoy no las hay. Mientras tanto, sigamos celebrando el Día del Libro y olvidémonos del índice de lectura. Total, a la mayoría del país poco le importa.