(Amet Aguirre)
(Amet Aguirre)

Esta semana conocimos que Verónika Mendoza ha decidido aliarse con un grupo de correligionarios de izquierda para poder llevar adelante una eventual candidatura presidencial a 2021. Era, por supuesto, de esperarse: la señora Mendoza no tiene un partido político inscrito y necesita del soporte de gente como Cerrón o Santos para poder tener algún cascarón. La meta es clara. Es tan clara que la repiten en cada intervención pública, así no tenga que ver con el tema que se trata: quieren cambiar el régimen económico de la Constitución.

El resto es cosmético: la búsqueda de los derechos humanos es una bandera intrínsecamente liberal que, hábilmente, la izquierda ha hecho suya. Y el asunto de las libertades civiles tampoco es precisamente ese cielo bajo el cual caminaremos en un mundo sin pobres y sin ricos: en Cuba, a los homosexuales los enviaban a campos de concentración, igual que en decenas de otros gobiernos comunistas. Ahora: alguno podrá decir… ¿pero ellos no son tan radicales? Seguramente no lo sean, pero tampoco son tan valientes para decirlo.

¿Por qué la izquierda no ha convocado una de sus conferencias de prensa en donde con puño en alto gritan exaltadas proclamas en contra de la dictadura asesina de Nicolás Maduro? ¿Por qué no están en contra de que Evo Morales vaya a cambiar la Constitución para perpetuarse en el poder? Parece que a esta nueva izquierda más le importan las banderas de las viejas luchas que ya perdieron, que modernizarse y aportar al país desde una tribuna de izquierda moderna, democrática y coherente. El país necesita una nueva izquierda.

En fin, así arrancamos el camino a la ruleta rusa de 2021: con la señora Mendoza tomada de la mano del señor Santos, con manifiestos y marchas del Movadef en todo el Perú y con Antauro volviendo a editar el panfleto con el que trata de hacernos conocer qué es el etnocacerismo. Mientras tanto, las fuerzas políticas democráticas están enfrascadas en infértiles esgrimas en el Congreso que no hacen más que aumentar el rechazo hacia la clase política y hacia todo lo que esta representa. Lo cierto es que esta película la hemos visto ya.

Martín Vizcarra tiene sobre sus hombros la responsabilidad inmensa de lograr que el Perú navegue a través de esta tormenta sin quiebres constitucionales. Además, tiene que dejar, por lo menos, encaminadas dos o tres grandes reformas para que el gobierno que asuma el mando en 2021 tenga lineamientos claros de por dónde es que se debe seguir caminando. Y esperemos que ese no sea un gobierno radical y afiebrado.

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