Protestas en los últimos días. (Foto: @photo.gec)
Protestas en los últimos días. (Foto: @photo.gec)

El autogolpe del 7 de diciembre parecía ser el final de la historia. Un presidente con múltiples investigaciones por corrupción pateaba el tablero en un intento desesperado por truncar las pesquisas de la Fiscalía y por cerrar el Congreso, que, aunque torpe muchas veces, era su otra piedra en el zapato. Pedro Castillo se había suicidado políticamente, parecía ser el consenso.

Pero lo que nadie calculó es que la decisión del profesor era, en realidad, el inicio de la historia, y que el expresidente está lejos de ser un cadáver político.

Es verdad que las protestas que devinieron en violencia, caos y muerte tienen una explicación más compleja y suma otros actores. Pero también es cierto que el papel del Congreso en los últimos meses ha sido un factor importante en lo que estamos viviendo hoy en día.

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La oposición en el Legislativo siempre supo que no tenía los votos para alcanzar la destitución del entonces presidente Castillo, pero igual se empecinó en promover vacancias que solo agudizaron la crisis. La izquierda cercana a Castillo siempre se hizo de la vista gorda ante los documentados casos de corrupción que alcanzaban al exmandatario y su entorno más cercano. Un Congreso polarizado, necio y sin ningún ánimo de buscar entendimientos solo sirvió para tensar más la cuerda.

Y encima, cuando Castillo fue destituido y se presentaba la gran oportunidad de buscar consensos, siguieron con su misma tozudez. La oposición más radical creyó que la caída de Castillo los montaba automáticamente en el poder, mientras que la izquierda creyó tener la oportunidad para imponer la violencia como el mejor y más corto camino hacia una Asamblea Constituyente, como primer paso para llegar al poder.

El resultado. Mucha destrucción, violencia, caos y, sobre todo, pérdida de vidas. Nadie debe morir por el apetito político de unos pocos.

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