Javier Milei dio la sorpresa en la Argentina. Desenfadado, provocador y confrontacional, su estilo ha calado en un país harto de una clase política que durante décadas no ha podido sacarlos de su crisis económica y social, a la que en los últimos años se ha sumado una creciente inseguridad en las calles.
Se autocalifica como un anarcocapitalista, lo que en buena cuenta significa un tiro al aire en política. Es verdad que los grandes cambios sociales empiezan con un tiro al aire, y el escopetero muchas veces lo hace sin tener idea de qué debe hacer, pero con la convicción de que hay que cambiarlo todo. Eso es bueno, pero no es suficiente y, además, muy riesgoso.
Está claro que en la Argentina muchas cosas tienen que cambiar y la popularidad de Javier Milei refleja justamente el estado de ánimo de un país que siente que necesita una transformación de fondo. El candidato ha encandilado con el diagnóstico, pero el problema, y grave, es que ni a él ni a sus seguidores parecen importarles el tratamiento y menos las medicinas que se necesitan para curar al enfermo. Además de las graves y permanentes secuelas que eso puede dejar en el paciente.
Ese éxito político de corto plazo, estridente y de choque, entusiasma a muchos aquí en el Perú. Ven el calco del estilo Milei como la garantía de éxito en 2026 frente a un electorado harto de una clase política desprestigiada y en muchos casos corrupta. El aplauso rápido, sin embargo, tiene un riesgo. El posterior lamento interminable.
El estilo Milei atrae y cautiva. No requiere mucha ciencia. Hay que disparar contra todo, tener buena labia y un carisma especial para fascinar a la gente. No se necesita tener sustancia; una gran dosis de seducción basta y sobra.
El Perú parece ser el caldo de cultivo perfecto. Solo falta saber cuántos buscarán ser el Milei perucho de 2026.