Dina Boluarte en hipódromo de Monterrico. (Foto: Twitter)
Dina Boluarte en hipódromo de Monterrico. (Foto: Twitter)

Pedro Castillo cumplió un año en el poder, y parece que su permanencia en Palacio de Gobierno no tiene fecha cercana de caducidad como muchos esperan. Lo que empezó como una semana que prometía tener los efectos de una bomba atómica, terminó en realidad como una chispita mariposa de celebración navideña.

Es verdad que el presidente está inmerso en una profunda crisis política, y que las evidencias de corrupción a su alrededor van en aumento, pero el mandatario igual camina con ventaja sobre sus opositores.

Hasta ahora no ha aparecido ninguna evidencia sólida que lo vincule directamente con un caso de corrupción. Algunos dichos de entrega de dinero es lo único que se tiene hasta el momento. Las investigaciones fiscales avanzan, pero su ritmo es disonante con los tiempos de la política.

Y es en la política donde el presidente, dentro de la turbulencia, paradójicamente, encuentra un remanso de tranquilidad. Castillo debe haber visto comiendo canchita la elección de la nueva Mesa Directiva del Congreso. Sus detractores consumen sus energías en anularse a sí mismos antes de buscar caminos reales en lo que es su objetivo central. La salida del profesor del poder.

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Es verdad que una gran mayoría está convencida de que Castillo debe dejar de ser presidente, pero también es cierto que esa gran mayoría tampoco aplaude para que los otros se hagan del poder. Cambiar un descrédito por otro puede convertirse en el mejor ticket al agujero negro.

Querer que Castillo se vaya sin pensar en lo que debería ocurrir después es como escuchar gritar en el hipódromo cuando llega Dina Boluarte, u oír alaridos mediáticos porque un opositor osó acompañar a la vicepresidenta.

Es cierto que todo puede ocurrir en medio de este desmadre, pero sería triste que la solución pase por el hipódromo.

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