(Foto: GEC)
(Foto: GEC)

El sábado empezó con un grupo de mujeres de Costa Rica; hablamos sobre el humanismo y la política como servicio, hablamos también de la importancia del método de ver, juzgar y actuar.

Ver para conocer una realidad en toda su complejidad, aproximarnos hasta que nos duela y la empatía ceda paso a la necesidad vital de resolver lo que está mal. Juzgar sobre la base del conocimiento y el análisis de la información y solo después actuar.

Saltamos por este mundo virtual que nos acerca, a reunirnos con la JODCA, juventud demócrata cristiana de américa y analizamos el peligro que entrañan el populismo y la improvisación en la política y, por lo tanto, en la vida de una comunidad. Pedimos prestadas las palabras con las que un joven peruano explicó que no hay futuro sin empleo, no hay empleo sin inversión y no hay inversión sin confianza.

En la tarde, en Trujillo, me reuní con un grupo de personas que me invitaron a conversar sobre democracia y quise enfocar el tema desde la necesidad del diálogo y encuentro, una América enfrentada, una polarización que nos destruye, en la que ganando pierdes. Solo quien no es capaz de sentirse parte de algo más grande puede agudizar esa confrontación.

Fue una sorpresa ver que el grupo reunido era el resultado del diálogo y el encuentro, todos están dispuestos a escuchar a quien tenga algo que decir mientras quiera sumar, todos quieren dialogar y tender puentes, ninguno quiere un país sin democracia, menos que el terrorismo se asome en algún lugar que no sea el patio de un penal.

Esperan que la clase política se una y no dejar a nadie atrás, conscientes de que se necesitan cambios, pero no destrucción de instituciones, ni poder sin límites.

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Se reúnen en un colectivo que se llama Ciudadanos por la democracia, Andrés es parte del colectivo, un ayacuchano que quedó huérfano muy joven, cuando su padre el profesor Marcial Capelletti fue asesinado mientras dictaba clases en la Universidad San Cristóbal de Huamanga, en el año 1989, después de mandar a borrar una pizarra que decía ¡Muerte a Marcial!

En las mismas aulas que el terrorista Abimael Guzmán ensució con sus ideas, Capelletti evidenció con su sangre las mentiras que Sendero representa.

La lucha de su hijo es la consecuencia de quien no acepta vivir asustado ni en silencio, con la fuerza movilizadora que le da el orgullo de saberse heredero de quien sabía que los países cambian en las aulas y estuvo dispuesto a dejar la vida para generar esperanza.

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