[OPINIÓN] Mariana Alegre: Un poder simbólico.
[OPINIÓN] Mariana Alegre: Un poder simbólico.

Resulta cuando menos interesante la constante disputa por el sillón metropolitano. Hace unos años tuvimos hasta a 21 contendientes buscando ocuparlo. Desde políticos de vieja guardia, advenedizos despistados, corruptos profesionales y entusiastas con vocación de servicio, se puede encontrar de todo en la lista de aspirantes a este puesto metropolitano.

La Alcaldía de Lima es una posición con poco poder real pero mucho poder simbólico y en este último es que radica el interés de la gran mayoría de candidatos y partidos. Son pocos a los que de verdad les importa hacer políticas urbanas y son menos los que tienen una historia larga de servicio a la capital. El atractivo para hacerse del puesto de alcalde metropolitano tampoco se encuentra en lo mucho que se puede lograr desde esa posición; de hecho, las competencias cada vez son menos y la plata toda la vida ha escaseado. Más dinero poseen los distritos que la alcaldía metropolitana.

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Es por esto que el poder que les importa a los contendientes no se encuentra en la Ley Orgánica de Municipalidades, sino en la esfera simbólica. El poder real de quien se vuelve autoridad metropolitana está, más bien, en su capital político y en su vocería. La fuerza de sus mensajes son determinantes para lo que pueda lograr. Por eso, es útil que la autoridad establezca vínculos y busque sinergias para poder impulsar procesos y proyectos para los cuales necesita múltiples alianzas.

Una metrópoli sin recursos no puede lograr sus objetivos y, por eso, los grandes proyectos requieren transferencias del gobierno central. Si la ciudad está dispuesta a obtener créditos, va a necesitar el aval del MEF para poder hacerlo. Si quiere implementar políticas metropolitanas, debe articularse con los distritos. Si quiere impulsar proyectos con el sector privado, debe ofrecer y garantizar seguridad jurídica. Si quiere recoger las necesidades ciudadanas e impulsar la transformación, es innegable que debe articular con las organizaciones sociales y con los grupos vecinales.

En suma, la alcaldía metropolitana necesita trabajar articuladamente con los poderes del Estado y con los sectores privado y social. Sin ellos, es poco lo que puede hacer si es que quiere generar bienestar. Al final, el alcalde no tiene mucho poder real, pero tiene un enorme poder simbólico y depende de cada quien cómo lo aprovecha y, ojalá, quiera usarlo en beneficio de la ciudad.

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Jaime Saavedra