Los congresistas se mostraron a favor de una investigación contra Héctor Becerril. (Foto: GEC)
Los congresistas se mostraron a favor de una investigación contra Héctor Becerril. (Foto: GEC)

Cuando el presidente Vizcarra propuso las enmiendas constitucionales que fueran luego sometidas a referéndum, el resultado no fue el que muchos esperábamos exactamente. Quizás la más trascendental de las reformas, la bicameralidad, quedó fuera de juego; y la que podría ser la más lesiva (y también la más popular) arrasó: la no reelección de congresistas. Esta medida le va a costar al Perú una cantidad casi imposible de cuantificar en términos de construcción republicana y de consolidación institucional. El Congreso, sin embargo, tiene todavía la posibilidad de dar marcha atrás.
La no reelección es un incentivo clarísimo al menor empeño que cada legislador le imprima a su trabajo. Si hace un gran trabajo frente a sus electores, estos no tendrán cómo premiarlo. Si su trabajo es –más bien– paupérrimo, quienes votamos no podremos sancionarlos democráticamente con nuestro voto. Además, abre una caja de Pandora, que ya andaba medio abierta, para la atomización absoluta de las bancadas. Eso no le hace muy bien a uno de los pilares de la reforma política que a gritos pedimos: la consolidación de estructuras partidarias en donde haya menos partidos más fuertes.

Esa ausencia de partidos tiene un correlato que bien puede verse también en lo que pasará con la capacidad legislativa de cada nueva cámara de representantes. Aprender a legislar, como cualquier trabajo, supone una curva ascendente de aprendizaje. Y no es poco el tiempo que un congresista necesita para poder entender el complejo tinglado de normas y redes burocráticas que deberá atravesar para poder sacar una ley o cumplir de forma idónea con su rol de representación. Ese tiempo se hacía más corto cuando había de quién aprender en cada bancada. Eso ahora será mucho más complejo.

Finalmente, en el Perú solo el 12% de congresistas logra la reelección. Es una de las cifras más bajas de la región. Lo que hemos terminado haciendo, hartos de la corrupción e insuflados por un populismo lesivo promovido desde el Ejecutivo, es cargar en contra de una situación que no generaba problemas, pero que sí generaría popularidad. Eso tiene un nombre: demagogia. Y con demagogia se logran lindas encuestas por unos meses, hasta por un año quizás. Pero una vez que el supuesto enemigo está muerto y la dialéctica deja de ser un arma, hay muy poco que se pueda hacer por revertirlo.

Esta medida no favorece a nadie que no sea el señor Vizcarra y su mudo gabinete. Bueno sería que el Congreso, siguiendo la Constitución, desactive esa popular bomba de tiempo y se dedique a sembrar las semillas de la bicameralidad. Una reforma que realmente le dará al sistema semipresidencialista peruano un muchísimo mejor balance de pesos y contrapesos.

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