(Imagen referencial/GEC)
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Lord Reyes tenía frente a su cama, un calendario, el cual observaba constantemente, pensando en el día de su jubilación. Tenía más de 30 años sirviendo a su reino como diplomático en tierras extranjeras. Algunos años antes, había hablado con el Rey de los 7 reinos, y negoció que los años previos a su retiro se dieran en el tranquilo y hermoso reinado de Westerland.

No había reunión en la que no hablara de su amor por su reino, el reino de Mordorland; territorio conocido por sus dirigentes mercantilistas, corruptos, y sus habitantes racistas y esclavistas. De hecho, Mordorland era el único de los 7 reinos donde la esclavitud y la felonía eran legales. Lord Reyes miró siempre de lejos las desigualdades e injusticias que se cometían en Mordorland. Tenía la respuesta perfecta cuando era cuestionado por la hambruna que pasaba su pueblo: “Si hay pobres en Mordorland, es porque ellos quieren. Nuestro PBI no para de crecer”.

Los Lords y nobleza mordoriana opinaban igual. La pobreza y la inequidad quedaban a demasiados kms. de la capital. Ergo, no existían. NTampoco hablaba de sus horarios eternos de verano, que imposibilitaron cientos de posibilidades de desarrollo para Mordorland. Culminados sus servicios, la nobleza en pleno lo aplaudía en el salón dorado de Mordorland. Cansado, salió a los jardines de Palacio. Desde ahí, veía cómo a decenas de kms. los ciudadanos de los suburbios quemaban todo, pues les molestaba su barriga. El fuego era lejano, no había por qué preocuparse. Recordó a Faustino Sarmiento: “La deficiencia del indio, aun ya civilizado y libre; es que no tiene conciencia de sus derechos personales”. Tomó un tragó más de pisco y exclamó: “Cholos de mierda, debimos aniquilarlos como lo hizo Fructuoso Rivera”.

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