(FOTO: EL PAIS DE URUGUAY)
(FOTO: EL PAIS DE URUGUAY)

Vivo en Montevideo y en poco tiempo me he enamorado de la humildad, educación y calidez de su gente. Luego del Uruguay-Perú, uno de mis grupos de WhatsApp con amigos uruguayos estalló cuando puse en entredicho el supuesto gol peruano. En medio de mensajes apasionados, surgió una pregunta interesante: ¿Cómo un país con 33 millones de habitantes no puede sacar equipos de fútbol altamente competitivos?

La pregunta tiene toda la lógica del mundo, más aún respecto a un Uruguay, con poco más de 3 millones de habitantes, un cuarto de la población de Lima. Luego de darle algunas vueltas al tema, vi una relación directa entre el fútbol y las estructuras de gobernanza y poder, la pobreza extrema, la falta de instituciones y de planificación.

Con casi 60 % de pobreza, en un Estado que nunca llegó a las zonas más alejadas, si quiera para brindar servicios básicos de agua y saneamiento, es inexistente cualquier idea de que posiblemente 3/4 parte del Perú cuenten si quiera con un mínimo de infraestructura deportiva. El deporte, en un entorno de pobreza, o pobreza extrema, va en contra de la necesidad de millones de familias peruanas que necesitan que sus hijos de 6 a 10 años trabajen para subsistir en campos o en calles vendiendo golosinas.

A nivel institucional, las instituciones deportivas peruanas son débiles, corruptas y centralistas. No existen proyectos de inversión deportivos rentables ni de captación de menores, y tenemos una maldición llamada “fulbito” que complica la transición de un jugador a canchas de futbol. Por último, el gran porcentaje de jugadores que logran ingresar a divisiones menores, llegan con algún nivel de desnutrición, anemia, baja autoestima y complejos entornos familiares.

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Uruguay, con 1/10 de la población peruana, es el líder mundial de producción de jugadores según el Centro de Estudios de la Realidad Económica y Social (CERES).Con una estabilidad institucional en toda la región latinoamericana, cuenta con un marco regulatorio específico, que promueve el desarrollo de proyectos deportivos con incentivos fiscales. Añade a esto la “cultura futbolera” transmitida generacionalmente que hace que cuatro de cada 10 hombres uruguayos practican el futbol.

Un cuarto de la población de niños uruguayos entre 5 y 12 años juega algo llamado “Baby Fútbol” (un futbol 7 peruano). Más de 46,335 niños sobre un total de casi 190 mil están inscritos federativamente en ligas de Baby Fútbol. A esto se complementa la masificación de clubes formativos para menores, y la existencia de una clase media y realidad social que contribuye a la formación holística del jugador desde lo mental hasta lo emocional.

Y es que no es cierto aquello que “el fútbol no tiene lógica”. Ello puede ser cierto en chispazos como la eliminación de Italia frente a Macedonia del Norte, pero fuera de ello, como cualquier actividad, requiere instituciones, planificación y rentabilidad.

Lea mañana a: Andrés Chaves

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