(Foto: Presidencia del Perú)
(Foto: Presidencia del Perú)

No cabe duda de que el premier Bellido es ingenioso. Durante su presentación para buscar el voto de investidura ante el Congreso, logró, con un par de gestos claramente premeditados, polarizar totalmente el debate político y desviar la atención del fondo de la política general del gobierno. Un político siempre busca ser quien pone la agenda, y está claro que él lo consiguió.

Desde este espacio creemos que no hay absolutamente nada de malo en hablar en quechua o chacchar hoja de coca en el hemiciclo. Por el contrario, son actos que pueden reivindicar e incluir a muchos compatriotas usualmente excluidos del discurso político. El problema con esos gestos es que parecen ser lo único que este gobierno tiene para mostrar.

Ningún gobierno reciente, tanto en el discurso como en las formas, ha mostrado una vocación de cambio tan radical y, al mismo tiempo, una absoluta incapacidad para concretar cualquier reforma significativa. Sucede que para llevar adelante cambios hacen falta por lo menos dos elementos: equipo e ideas. Ambos clamorosamente ausentes en la actual administración.

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Sobre lo primero no hace falta ahondar. En este espacio ya hemos cuestionado la desconcertante inexperiencia de varios ministros en las carteras que ostentan. A ello se suma la total precariedad de las dinámicas de equipo. Sabemos que, hacia fines de la semana pasada, el presidente estaba resuelto a reemplazar al premier Bellido y a varios de sus ministros, pero dos días después cambió de opinión tras recibir presiones de diferentes facciones de la izquierda. ¿Es acaso posible hacer política pública cuando ni el propio presidente está convencido de su equipo? ¿Qué garantiza que esas ideas y vueltas no continúen en las próximas semanas?

Luego está el segundo elemento: la ausencia de planes. Leyendo el discurso de investidura de Bellido se puede constatar la inexistencia de estrategias o acciones que redunden en cambios significativos en la calidad de vida de los peruanos. Más bien, destacan propuestas sumamente preocupantes. Así, por ejemplo, se anunció el nombramiento de 80,000 docentes en los próximos cinco años, cuando en el último quinquenio se han nombrado poco más de 30,000 como consecuencia de procesos de evaluación. Es evidente que el presidente planea bajar la valla y retroceder en los importantes avances conseguidos en materia de meritocracia en el magisterio.

Otro anuncio alarmante es la elevación de la remuneración mínima vital. En un contexto de pérdida masiva de empleo formal como consecuencia de la pandemia, resulta un despropósito seguir elevando los costos de la formalidad. Esto perjudicará fundamentalmente a las micro y pequeñas empresas –categoría a la que pertenecen nueve de cada 10 empresas que pagan salario mínimo– y, por ende, a sus trabajadores.

Finalmente, resulta inexplicable el vacío de ideas para reactivar la inversión privada, que representa el 80% de la inversión total en el país. El foco continúa en la inversión pública, que, aun siendo relevante, nunca podrá sustituir en magnitud a la inversión privada.

En el mundo anglosajón es conocido el refrán “ten cuidado con lo que deseas, porque podría volverse realidad”. Este bien podría usarse para describir la situación del presidente Castillo, quien, luego de ambicionar la presidencia para llevar adelante una refundación de la patria, se ha encontrado con la realidad de que para impulsar una verdadera revolución hacen falta cosas que ni él ni Cerrón ni su partido tienen. Nosotros pagaremos los platos rotos.

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