(Foto: Hugo Pérez/GEC)
(Foto: Hugo Pérez/GEC)

Más allá de los trágicos resultados en materia sanitaria, la pandemia nos dejará un legado cuyos efectos aún no alcanzamos a comprender en su total dimensión: la terrible pérdida en el logro educativo de nuestros menores como consecuencia de la suspensión de clases presenciales desde marzo de 2020.

En otras latitudes, la virtualidad permitió suplir en buena medida los aprendizajes en clase. No obstante, en el caso peruano, en el que 6 de cada 10 hogares rurales no acceden a Internet, y con docentes y padres de familia poco o nada familiarizados con herramientas tecnológicas, la virtualidad ha sido un sustituto paupérrimo. Esta situación se vio agravada por la incapacidad del gobierno de proveer oportunamente el esperado millón de tabletas, que serían entregadas en julio de 2020, pero terminaron en manos de estudiantes recién entre marzo y mayo de 2021.

Además de perjudicar a nuestros menores en su conjunto, este resultado ha agravado las brechas de aprendizaje existentes entre quienes nacieron en situaciones más y menos privilegiadas. La transición a la virtualidad ha sido mucho más llevadera para familias de ingresos medios y altos, que cuentan con mejor conectividad y cuyos centros educativos ya utilizaban herramientas tecnológicas.

En el extremo opuesto están los hogares en situación de pobreza, cuyos menores, en el mejor de los casos, siguieron a duras penas el Aprendo en Casa vía televisión o radio, y en el peor de los casos, dejaron totalmente la escuela. Aunque resulta complejo tener una cifra exacta, se calcula que unos 200,000 menores dejaron totalmente las clases como consecuencia de la pandemia. Esto se ha traducido en un notable incremento en el número de trabajadores de entre 14 y 18 años en el ámbito rural, que se elevó de 388,000 a inicios de 2020 a 485,000 a inicios de 2021, según estimaciones del INEI.

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¿Cuál será el efecto de esta situación sobre los aprendizajes de nuestros jóvenes? De acuerdo con un estudio realizado por el Banco Mundial hace algunos meses, si las escuelas permanecieran cerradas por un periodo de un año (plazo que se terminará duplicando en el caso peruano), la porción de estudiantes que se situaría por debajo del nivel mínimo en razonamiento matemático y comprensión lectora de la prueba PISA se incrementaría de 54% a 76%.

Esto implica una pérdida monumental en términos de capital humano, oportunidades económicas y desarrollo hacia el futuro. De acuerdo con un estudio del Banco Interamericano de Desarrollo, el cierre de escuelas por un plazo de 10 meses equivale a una pérdida de ingresos anuales por 1,313 dólares al ingresar al mercado laboral.

Con toda esta evidencia, resulta desconcertante la falta de liderazgo en el Ejecutivo para apurar el retorno a clases presenciales. De acuerdo con Unicef, a la fecha solo el 4.4% de estudiantes escolares del Perú ha regresado a la presencialidad. Como referencia, los porcentajes son de 94% en Argentina, 88% en Chile, 77% en Bolivia y 60% en Colombia. Hasta Venezuela inició este lunes un retorno masivo a las aulas. Pero en Perú el plan es iniciar gradualmente recién en marzo de 2022, para llegar al 99% en junio de 2022. Pareciera que entre nuestros líderes políticos y gestores públicos no existiera el más mínimo sentido de urgencia.

El costo de esta indiferencia será altísimo para futuras generaciones de peruanos. Hoy nos toca a todos exigir acción. ¡Retorno a las clases presenciales ya!

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