Pedro Castillo y Carlos Gallardo. (Foto: Presidencia)
Pedro Castillo y Carlos Gallardo. (Foto: Presidencia)

El ministro de Educación, Carlos Gallardo, ha manifestado su intención de retroceder las agujas del reloj. La propuesta apunta a suprimir las evaluaciones de ingreso a la carrera magisterial, es decir, que el nombramiento pase a ser automático. De esta forma, se revertiría una de las pocas políticas estatales de largo plazo que ha logrado tener continuidad en nuestro país pese a los cambios de gobierno: la apuesta por una carrera magisterial con incentivos de superación que produzca una enseñanza de mayor calidad, un mejor aprendizaje y que, en definitiva, proponga un porvenir más esperanzador a la nación.

La iniciativa justificadamente ha merecido un rechazo casi generalizado. Seguramente, cuando se mida, estará por encima de aquel 66% que desaprueba el nombramiento de Gallardo en la cartera (Ipsos, 26-27 de octubre). Y es que con la educación no se juega. En particular, el cuestionamiento de los expertos ha sido contundente. El exministro de Educación Ricardo Cuenca, por ejemplo, señala en estas páginas que la propuesta no busca fortalecer la educación en el país y no es una mejora. Por su parte, Álvaro Henzler considera que el cambio echaría por la borda la reforma magisterial y, con ella, la posibilidad de una mejor calidad educativa. Mantener las evaluaciones, haciendo los ajustes necesarios y apoyando a los maestros en su preparación para que aumenten sus competencias, constituiría el camino sensato que no sacrifique lo avanzado.

El ministro Gallardo olvida que una educación pública de calidad y evaluaciones para acceder o permanecer en la carrera magisterial no son una opción más sobre la mesa, sino un mandato constitucional, como bien ha reconocido el Tribunal Constitucional. Su jurisprudencia es amplia en el rechazo de demandas gremiales que, durante los últimos años, buscaban regresiones similares a la que hoy, trágicamente, se propone desde el propio ministerio. Como bien dijo el recordado profesor Luis Jaime Cisneros en una columna de 2006: “Tenerle ‘miedo’ (y admito que la palabra no es la adecuada) a la evaluación niega la verdadera vocación magisterial. Maestro que no está dispuesto a evaluarse está confesando que no se reconoce como tal”.