No hay guapura eterna. Perdida la lozanía juvenil, con el tono muscular en picada, y ocupada la cabeza por un manto de canas, deben ser otros los argumentos para concitar el interés romántico ajeno. Por ejemplo, la riqueza de una experiencia serena, o la fortuna de una madurez reflexiva, caballerosa y plena en adultez, estado al que los varones les toma casi 50 años alcanzar.

Si no hay nada de eso, solo queda la billetera. Ahí es cuando nace la figura del sugar daddy.

Hace dos siglos, en el negocio de la prostitución, se les llamaba daddy (papi) a los clientes más otoñales, usualmente proporcionalmente adinerados. Freudianamente era un desliz verbal de los consabidos daddy issues que suelen manifestarse entre mujeres que compensan traumas paternos con parejas mayores.

Se dio la casualidad de que, en el San Francisco del siglo XIX, un acaudalado heredero de un imperio azucarero, mister Adolph Spreckels, cayera rendido ante la juvenil belleza de una modelo de desnudos artísticos, la señorita Alma de Breteville. Ella era bella, pobre y joven. Él era rico, mayor, y rico; le llevaba 24 años de diferencia. La alta sociedad los miraba feo y, para hablar de ellos, unieron el término prostibulario alusivo al cliente adulto mayor con la fuente de la fortuna de Spreckels. Así quedó establecida la categoría del sugar daddy.

La última crisis política peruana que acabó generando la caída del primer ministro ha sido, en el fondo, un enfrentamiento entre dos sugar daddies.

En una esquina, el eléctrico, romántico y pequeño renunciante primer ministro, hombre que ama a los gatos y solo quiere que lo quieran a cambio de una consistente receptación de currículos.

En la otra, el avieso y torvo expresidente vacado, entidad de sangre fría y proclive a valorar al género opuesto como si de pionono de vitrina se tratase.

Ambos dos, cada cual en su particular estilo, aunque compartiendo la falta de prolijidad en lo que al cubrimiento de sus interacciones sentimentales clandestinas se refiere, están enfrascados en una pugna por el poder, intercalado por la disputa y favor de cuerpos jóvenes. En la guerra y en el amor, todo vale.

Por ello, las escaramuzas políticas se dan entre revuelo de faldas alborotadas a punta de favores, teniendo por objetivo el corazón y el futuro laboral de algunas jovencitas incautas. Y otras no tanto.

El tono delincuencial de este sugardadismo político reside en el origen de los fondos con los que se transacciona amor. Si lo hacen con su plata, es un asunto propio. Pero, cuando esto se financia con recursos públicos, ya estamos hablando de cárcel por financiarse el sildenafilo con nuestro dinero.

No se trata de condenar el amor, así este se presente de una manera estética y cronológicamente dispar, diferencia compensada en especie. Se han expandido las variantes del relacionamiento entre personas. Y es realista suponer una variable transaccional en toda relación, así esta se jacte de pura y desinteresada. Romeo y Julieta en paz descansan.

Pero el sugar daddy en ejercicio no quiere sentirse como un cliente, y la sugar baby tampoco quiere incurrir en las características deleznables de la prostitución. En una relación azucarada brotan sentimientos y vínculos afectivos, plata en mano, pero surgen. El eufemismo importa. Por eso no tenemos sugar babies, sino Chicas Tulum o Chicas Dubai, que es lo mismo, pero diferente.

La academia norteamericana ha estudiado la figura del sugar daddy, y ha encontrado hasta siete variantes de esta interacción. Abarca desde la prostitución hasta el amor pragmático, considerando inclusive una modalidad de sugar friendship, relación de beneficios mutuos donde ninguno de ellos es el sexo.

Billetera mata galán es el axioma definitivo del sugar daddy. Irónicamente, la primera vez que escuché el término fue en boca del plaboy más pobre pero más exitoso del país, don Guillermo Frejol Diez Canseco.

Frejol navegó casi cuatro décadas, entre los 50 y los 80, rompiendo corazones y posiblemente catres con su carisma, estampa y gracia única para el baile y la buena noche. Pero nunca tuvo una fortuna para respaldar sus aventuras. Como caballero antiguo, no gustaba de prodigarse en nombrar sus conquistas. Aunque sí reveló en esa conversación de hace décadas el secreto de su éxito como mujeriego pobre pero honrado.

Billetera mata galán, pero xxxxxxx mata billetera, confesó refiriéndose a una palabra de siete letras que empieza con ‘p’ y termina con ‘a’ para aludir al genital masculino.

Frejol nació con un don. Lo que a ustedes les toca, señores sugar daddies, es seguir ganándose el amor con el grosor de la billetera.

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