Todos tenemos un generoso príncipe nigeriano en nuestras vidas. Solo que no es un príncipe.

A veces es también una viuda, una enferma terminal o una ex funcionaria internacional. A ellos les sobran los millones con los que quieren ayudar a los huérfanos del mundo, a los perritos cojos y a todo lo que cause pena con solo mencionarlo. Y para ello recurren a tu peruana persona, la misma que apenas hace unos minutos marmoteaba en internet.

No hay maldad nueva bajo el sol. Hay una génesis registrada de la estafa epistolar. La esencia de la canallada en cuestión, que ahora reencarna en arteros WhatsApps tras tu CTS, tiene más de ciento veinticinco años de existencia.

Una historia de 1898 del New York Times se titula “Un hombre en este país recibe una carta de una ciudad extranjera”. En ella se relata del surgimiento de una serie de misivas escritas a mano, en donde el remitente- un detenido en cárcel foránea- pide ayuda para recuperar un tesoro escondido. Esa ayuda consiste en aportar un capital inicial para recuperar el botín. Esa fortuna tiene que llegar a su hija, ofreciendo una compensación al buen samaritano que colabore en hacerlo. Solo que no hay botín ni hija. Lo único real es la víctima.

La modalidad de estafa fue llamada El Prisionero Español, pues el remitente solía decir que era un norteamericano encarcelado en España luego de la guerra con los Estados Unidos. Errores ortográficos estratégicos le daban verosimilitud a la farsa.

En un fast foward hasta los noventas, con la irrupción de esas cartas instantáneas que traía el fax, es que emerge la camada masiva de príncipes nigerianos con un relato análogo: me sobra la plata, quiero darte una parte si antes me colaboras.

En un dato curioso aunque inútil, el rubro del príncipe nigeriano antecede en 24 años a la aparición en redes del negro del WhatsApp, anterioridad que este compensa con 24 centímetros.

Esta estafa nigeriana es conocida también como la 419 (en virtud del código de fraude en Nigeria) y ha sido refrescada por variaciones influenciadas por las fake news. Ahora quienes piden ayuda para recuperar millones son expatriados ucranianos. Pronto serán congresistas mochasueldos.

La Interpol y el sentido común recomiendan nunca responder a estos mensajes. Pero la curiosidad es poderosa. Bastó que respondiera a uno de estos mensajes para acceder a un océano de millones falsos.

El correo que originó la cadena fue de quien se hacía pasar por Aisha Al- Qaddafi, hija biológica del ex presidente de Libia, el coronel Muammar al-Qaddafi. Viuda y con tres hijos, pedía ayuda para recuperar 27 millones de dólares. Quería transferírmelos para lo cual solo necesitaba una cuenta y su contraseña. Le respondí con entusiasmo mayúsculo:

AISHA, LOCA LINDA, VAMOS CON TODO: ¡QADDAFI NUNCA SERÁ OLVIDADO ¡

No agregué ningún dato más. Eso generó una batería de correos de Aisha insistiendo en lo mismo, abriendo el apetito con el incremento exponencial de la suma y ofreciendo fotos de su temprana y aún lozana viudez.

Como la respuesta seguía siendo puro entusiasmo, entonces la presunta huérfana diversificó su personalidad en diferentes personas y correos:

  • Doña Baatar Orgil, de Noruega, viuda del mercader de oro Patrick Orgil y enferma terminal, tenía una fortuna de 38.5 millones de euros que necesitaba transferir a alguien del Perú, pues sentía una afinidad natural por las llamas.
  • Hannah Wilson, víctima de cáncer de ovario, me había elegido al azar para entregarme 12 millones de dólares para que ayude al orfelinato de mi elección. Le pregunté si además podría comprarme una moto. Respondió con un doble negativo: no veo por qué no.
  • Kristalina Georgievaa, ex directora del Fondo Monetario Internacional, anunciaba que su organización había decidido ceder 14.2 millones de dólares para destinarse a las organizaciones humanitarias de mi elección. Encantado, le dije, advirtiéndole que ya había coordinado con Hannah Wilson la compra de una moto. Diplomáticamente ignoró esta información.

Mi ocio era amateur. Encontré a un sujeto que desde hace dos décadas se dedica a interactuar y a sostener diálogos eternos y delirantes con los estafadores epistolares. Se llama Mike Berry y opera desde , donde ofrece un que señala los fraudes en curso. Sostiene que su misión es aburrir hasta el cansancio a los estafadores para que así estos no timen a otras personas. Hay nobleza en ese absurdo.

El Perú, paraíso de estafadores y de babosos que les dan un propósito, ostenta en su acervo de embuste presencial las históricas modalidades del Tumi de Oro o la Calavera de Manco Cápac cuando era Niño.

Sin embargo, ningún engaño más brutal que aquel que, alevoso y cínico, se presenta cada cinco años como impoluto.

Por escrito y en persona nos dicen vota por mí a cambio de ene promesas. Luego acaban cultivando algo en sus horas muertas en Barbadillo.

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