Vivimos en una sociedad que le tiene pavor a la mortalidad, que a fin de cuentas no es sino lo inevitable. Se le oculta, maquilla y pasteuriza. A diferencia del camal, la tauromaquia hace la muerte visible. Expone la muerte segura del animal y la muerte probable del matador. El oficio del torero es jugarse la vida en un ritual pagano, extremo e incómodo, definitivamente anticuado, porque ahora todo es simulación. En una sociedad infantilizada por sensibilidades de cristal un evento que no le tiene miedo a la sangre se ha convertido en una abominación. Pero, un acto sangriento es distinto a un acto sanguinario. La diferencia está en el diccionario.