[OPINIÓN] Jaime Bedoya: “El Resplandor, una película fantasma”. (Midjourney/Perú21)
[OPINIÓN] Jaime Bedoya: “El Resplandor, una película fantasma”. (Midjourney/Perú21)

La púber hija de una amiga está obsesionada con la película de terror Scream. Se trata de una muy rentable franquicia de horror satírico que, abusando del género slasher –cuchilladas a mansalva sobre cuerpos adolescentes–, ha recaudado camionadas de millones a lo largo de seis ensangrentadas entregas sobre lo mismo.

Sabiendo que no tendría éxito, le he sugerido que revise otras películas del género más sustanciosas. Escuchó con educación mientras yo iba citando a El Exorcista, La Profecía y, por supuesto, esa joya del espanto que es El Resplandor. Ahh, sé cuál es, dijo; diciendo entre líneas no me interesa: muy lenta.

Es comprensible. Su sensibilidad del terror está educada por el jump scare o susto intempestivo. Aquel que ajusta orificios y activa el sistema nervioso simpático, emociones siempre interesantes. Entre los nativos digitales la impresión súbita es el pan con mantequilla de sus días frente a una pantalla. Es decir, todos.

Los migrantes digitales, en cambio, aprendimos a impresionarnos a otro ritmo. Había la ceremonia de lo previo, la construcción de una tensión que luego desembocaba en un clímax intenso y generoso. Pasa en las películas, pasa en la vida, pasa en el horror.

El deleite espantoso de El Resplandor (1980) ya es pieza de museo. Una obra maestra cuarentona que no sobreviviría una semana de cartelera entre los millennials y centennials. Pero, para quien la conoce, sigue siendo un manjar del inagotable y oscuro deleite de lo sobrenatural.

Jack Nicholson estuvo intoxicado de cocaína durante el mes que duró el rodaje. Previamente se había preparado comiendo durante 15 días sánguches de queso. Nicholson odia el queso. Rompía dos puertas al día a hachazos en anticipación a la famosa escena en el baño. Kubrick lo hizo repetir 127 veces (record Guinness) la toma en que acosa con un bate de beisbol a su esposa en la película, Shelley Duvall. Ella acabó traumatizada luego del rodaje. Durante la filmación se le caían mechones de pelo debido al estrés.

Nicholson, ya cargado de los demonios del personaje Jack Torrance y la mala vibra del hotel Overlook, le dijo a Kubrick a media filmación que sentía el mismo ataque de furia que tuvo cuando se divorció. Mantenlo, fue la respuesta del director.

Una de las mayores y sutiles virtudes de El Resplandor es cómo el punto de vista de la cámara acaba siendo el de un fantasma. Una presencia invisible conduce la película, persiguiendo a los personajes sin que estos se percaten de ella. En cambio, cada vez que aparece un espectro, este mira fijamente a la cámara, lo que confirma que tienen el control de la historia, del hotel y de los espectadores.

El hotel es una entidad espectral por sí solo. Su distribución arquitectónica es imposible. El patrón de sus alfombras cambia de sentido sin lógica, convirtiéndose en el hogar tétricamente perfecto de las mellizas ensangrentadas, cadáveres exquisitos de una sanguinaria ofrenda brutal que invitan al pequeño y traumatizado Danny Torrance a dejar su triciclo para irse al diablo con ellas. El verdadero hotel, que se llama Stanley y queda en Colorado, aún alquila las habitaciones embrujadas. Una Casa Matusita de verdad.

Danny tiene el resplandor, ese brillo sobrenatural que lleva a lo oscuro. Stephen King, autor del libro en que se basó la película, se prestó el término de la canción Instant Karma de John Lennon. A King nunca le gustó la película. La describió como un hermoso Cadillac, pero sin motor.

El Resplandor presenta un terror a fuego lento, pausado y acumulativo. Totalmente a contramano de tiempos estroboscópicos, inmediatistas y encima brutales gracias a la parología editorial de los noticieros mañaneros. La TV acompaña el desayuno con la imagen de una bestia destruyéndole el cráneo a una mujer con un ladrillo. Se hace añicos la necesidad de un pavor figurado.

Con bestialidades como esas configurando el paisaje diario, el terror como bella arte deviene en un asunto anacrónico. Nicholson, retirado y senil, aparece de vez en cuando mostrando su final desinterés al paso del tiempo. Las niñas que hicieron de las mellizas muertas en la película estuvieron en los funerales de la reina Isabel de Inglaterra, siempre posando tétricamente juntas. El Resplandor se ha convertido en un fantasma, como aquel que todos seremos algún día.

Hace unos años en Barcelona, en una majestuosa muestra itinerante en homenaje al legado de Kubrick, estuve parado contemplando los vestidos originales de las póstumas mellizas Grady de la película. La piel de gallina en los brazos le ganó al selfi.

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Carmen De Carlos