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[OPINIÓN] Jaime Bedoya: Cueva, el penal y el gusano

“Una de las beneficiarias lo negaba llamándolo enano y feo, lo cual sugiere que la complicidad entre ambos estaba sellada por la omertá más íntima, la del catre”.

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Christian Cueva puede hacer lo que mejor le parezca con su cuerpo. Ese asunto solo les atañe a él, a su esposa y a sus amantes.
Pero, cuando el uso y abuso de su anatomía revierte en lo que la representación futbolística del país se refiere, sus saltos del tigre con patada en el foco afectan el bienestar emocional del eslabón más débil. Ese somos nosotros, los hinchas.
Hay que dejar ir al pasado. Para eso es necesario un cierre. En ese rubro, Christian Cueva sigue teniendo una deuda: el infausto penal ante Dinamarca en el Mundial de Rusia, en aquellos tiempos en que la gente sonreía y respetaba los semáforos.
Sería exagerado, aunque no mucho, sostener que ese penal tenía el potencial de cambiar la atribulada historia reciente.
Si Cueva hubiera anotado y hubiéramos pasado a octavos de final, el grado de bienestar ilusorio posiblemente nos habría alejado de las habituales desventuras en que incurrimos patológicamente. La historia de la felicidad peruana tendría un antes y un después luego de ese hito equiparable al de México 70, proeza prehistórica aún celebrada en cantos inmortales del alma nacional huérfana de triunfos.
Pero no. Cueva lanzó ese balón al limbo, lo que generó una desazón que desencadenaría la serie de eventos desafortunados que nos han llevado hasta acá. Antifujimoristas, admítanlo: Keiko no es la única culpable.
Hay nueva información acerca de los quehaceres de Cueva antes, durante y después de ese penal. Tal vez sea la oportunidad para, de una vez por todas, encontrarle un final a este incidente nefasto.
Como parte del trauma apareció la visión académica del asunto. Un mortificado profesor de ingeniería incorporó el tema del penal como pregunta de facultad.
Esta venía antecedida de contexto: el éxito de atajar un balón depende de dos factores, el tiempo de reacción (en promedio 0,2000 s) y el tiempo de respuesta física real (en promedio 0,4000 s). Considerando que las dimensiones del ancho y la altura de un arco de fútbol son de 7.30 y 2.40 m y la distancia entre el punto de lanzamiento y la línea de gol es de 11.2 m y un futbolista profesional promedio lanza el balón a 27.0 m/s durante la ejecución de un penal, esta era la pregunta:
Mencione al menos 3 parámetros cinemáticos que debió tener en cuenta Cueva para lanzar el balón.
Existía una repuesta científica de cómo pudo evitarse esta tragedia. Pero esta no explicaba por qué pasó lo que pasó.
Gracias al efecto de carambola suscitado por la manía extramarital de Christian Domínguez, ahora tenemos una pista. Según matemático movimiento migratorio de la señora Pamela Franco, ella solía coincidir en Europa con el futbolista por espacios de 10 días, tiempo propicio para el ajedrez, la visita a museos o el apareamiento.
En paralelo, el pícaro mediocampista trujillano simultáneamente mantenía otros encuentros foráneos con lo más graneado de la farándula. Una de las beneficiarias lo negaba llamándolo enano y feo, lo cual sugiere que la complicidad entre ambos estaba sellada por la omertá más íntima, la del catre.
El debate en torno a si el sexo favorece o perjudica la performance deportiva sigue abierto. Algunos sostienen que evitarlo preserva los niveles adecuados de alerta y ansiedad requeridos para una confrontación deportiva. Otros alegan que, al revés, la actividad sexual previa reduce el estrés y favorece al atleta.
El punto de encuentro lo marcó Edson Arantes do Nascimiento, el genial y eléctrico Pelé. Él decía que el sexo en sí no era el problema. El problema estaba en el calentamiento.
Con este eufemismo El Rey se refería a la logística, ansiedad, coartada y secretismo que la infidelidad demanda. Lo dañino no es el acto, sino la maraña de trámites ocultos necesarios para no ser descubierto. Eso es lo que desordena, desconcentra y estresa.
Es decir, si Cueva falló el penal, no fue por no saber jugar al fútbol. Lo falló por estar distraído en cómo matar al gusano, para llamar al tema tal como lo sistematizan los especialistas.
Su mente no estaba en el Mundial. Estaba consumida por la necesidad de una prolija coordinación de vuelos, presupuestar bolsas de viaje bajo el radar, encontrar hoteles discretos y estructurar excusas verosímiles. Eso ocupaba su ser al momento en que la punta del dedo gordo del pie derecho impulsaba el esférico hacia el cielo de Saransk.
Ahora que eso se sabe, podemos concentrarnos en los temas urgentes. Por ejemplo, asumir que el capitán de la selección cultiva un complejo de Edipo del tamaño del planeta once veces mayor que la Tierra. Ese lugar se llama Júpiter, pero también podría llamarse Doña Peta.
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