Muy raramente mi novio visitaba Lima, la ciudad en que nací, la ciudad en que vivía mi madre. No le gustaba ir a Lima. Mis hijas vivían en esa ciudad con su madre. Ella, mi exesposa, no quería conocer a mi novio, aunque mis hijas sí lo conocían y tenían una relación distante y cordial con él. A mi madre le pregunté varias veces si quería conocer a mi novio. Sin dudarlo, me dijo que no. Mi madre estaba convencida de que yo no amaba a mi novio. Ella creía que yo estaba confundido, desorientado, perdido. Ella pensaba que yo era total y completamente heterosexual, solo que, por dejar de rezar, por dejar de creer en Dios, había caído en la malsana tentación de estar con un hombre.