(Foto: REUTERS )
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“Voy viviendo ya de tus mentiras. Sé que tu cariño no es sincero. Sé que mientes al besar y mientes al decir ‘te quiero… Miénteme más que me hace tu maldad ¡feliz!’”. La canción de ‘Chamaco’ Domínguez parece himno oficial del elector latinoamericano.

Pero hay políticos que no mienten. ¿1%, 5%, 10%? ¿Por qué tan pocos? Quizá dejamos que nos mientan para no vivir sin esperanza. Queremos creer, en lo que sea. Y otro tema: no queremos creer cuando, a veces, dicen la verdad.

El presidente, innovador filosófico, dice que un pollo puede estar vivo y muerto al mismo tiempo; nacionalizará o estatizará el gas de Camisea; la Constitución y sus instituciones serán respetadas “hasta que lo decida el pueblo” y, recientemente, que lo mismo ocurrirá con el Congreso. Ministros y congresistas, ocupadísimos en traducirlo en distintos dialectos, dicen exactamente lo contrario.

Para algunas autoridades, la “nueva Constitución” no es prioridad, pero sí lo es para la ministra de Promoción del Desempleo. Un ministro de Educación figura entre los 50 mejores profesores del mundo; lo reemplaza el de “adoctrinamiento”. Hay no pocos ejemplos de que el partido de gobierno se guía por la prescripción: “¡Ahí está el detalle! Que no es ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario” (Cantinflas). Pero, en vez de risa, producen confusión, ansiedad y desesperación en 35 millones de seres humanos que, aunque no les guste, somos “el pueblo peruano”.

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Cuando dicen la verdad, no queremos creerla porque duele. Un congresista juró “por la plata”. Un partido político se define como marxista-leninista y queremos creer que puede ser también democrático, popular y nacional, mientras hace una furiosa campaña para una anticonstitucional Asamblea Constituyente; reconoce el “régimen democrático” de Maduro y prioriza el ofrecimiento de paraísos mientras millones luchan para poder comer, tener trabajo y algo de salud, no ser asesinados, la vuelta de sus hijos al colegio y, obviamente, que las autoridades elegidas en todo el país no les roben tanto.

Penosamente, tampoco se puede decir que al frente las cosas son muy diferentes. No estaríamos entre “buenos y malos”, sino “malos y peores”. Cumplo con consignar que hay excepciones en todas partes.

¿Qué podríamos hacer? No estamos obligados a creerles ni a confiar si no dan garantías verificables. Vigilancia, permanente vigilancia ciudadana sobre la actuación de autoridades nacionales, regionales y distritales que no hacen lo prometido, pero son muy eficaces para asegurar su propia economía. Interés y participación. No puede haber buena política en un círculo vicioso donde los ciudadanos se desentienden porque “es sucia”; ni buenas autoridades donde los mejores de todo sector y actividad se abstienen, dejando el campo libre a lo que tenemos. No es solo tema del Congreso ni de partidos políticos. Sin compromiso ciudadano no tendremos ni la deficiente democracia actual y sin ella, no seamos tan ingenuos de creer otra cosa; nuestros pobres trabajarán para el gobierno cubano y habrá revolución, pero no cambios.

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