Palacio de Gobierno. (Difusión)
Palacio de Gobierno. (Difusión)

No es un error tipográfico. Refiere a un país donde nadie sabe lo que puede traerle el día y menos el siguiente. No se trata de fenómenos naturales, serpientes ni accidentes, sino de los “políticos”. Por ley: digamos que hay excepciones.

Los “normales” siguen haciendo peor lo que se hizo mal por años. Obviamente, claman al cielo su indignación porque se piense que desean algo más que demostrar “su amor al pueblo”. Su diligencia ha hecho que también esta semana fuera muy productiva en incremento del caos. Veamos.

El jefe del Estado. Aprendiendo rápido de gobernabilidad promoverá una “Ley de cumplimiento de leyes”. Se comenta que será invitado a Naciones Unidas, en Nueva York, y a la Corte Internacional de Justicia en La Haya para explicar al mundo esa histórica propuesta.

Vacancia y Congreso. Los votos se encogieron lo justo para evitarla tras los “diálogos” del presidente con líderes políticos, confirmando que aquí todo es posible “dialogando” con “las personas debidas”. Luego, los novísimos defensores de la gobernabilidad se acusaron mutuamente de “arreglarse” con el Ejecutivo. Falso.

Al día siguiente, pura coincidencia, llovieron proyectos de ley para destrozar el modesto avance de la educación, con jubiloso apoyo de profesores congresistas desaprobados en exámenes pero aptos para legislar.

Las mesas de diálogo. A falta de decisiones, el gobierno ha decidido que todo se arregle instalándolas. Ya hay montones desde hace tanto tiempo que sus miembros pronto podrán cobrar jubilación; y se harán muchas más para concluir toda conflictividad social “dialogando”. Ciudadano (a), si la “niña (o) de sus ojos” se fue con otro amor, pida una mesa. Y si no se le atiende, bloquee la carretera que le sea más cómoda. Se instala rápido.

Minería e impuestos. Empresas y trabajadores están en pánico y se cierran minas porque lo dice la PCM o no pueden sacar el mineral. Pero, como el MEF necesita más ingresos para repartir más bonos, y que gobernadores y alcaldes reciban mucho más dinero, se estarían considerando impuestos a actividades no adecuadamente fiscalizadas como “la otra” minería, productos “industriales” de coca, y algunas más no muy conocidas pero rendidoras, a juzgar por sus numerosos inversionistas y trabajadores.

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Lealtades y convicciones. Candidatos y elegidos las tienen de sobra. No es su culpa si las cosas cambian obligándolos, para mantenerlas firmemente, a cambiar de partido, ideología, votos, socios, compañeros, camaradas, asesores, consultores, bancadas e ingresos con frecuencia. Tampoco pueden escapar de la informalidad del país y la precariedad del empleo que los obliga a adaptarse permanentemente, no por cobardía, como podría sugerir el título de estas líneas, sino por la humana necesidad de asegurar el pan de cada día. Deben ser comprendidos.

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