Veinticinco inscritos y 13 en trámite. Así vamos en cuestión de partidos políticos con miras al 2026. En las elecciones pasadas, hubo 18 candidatos, y ya nos parecía una locura tener que enfrentarnos a una decisión de por sí nada fácil con ese número de postulantes a la Casa de Pizarro. Un número que obliga a las instituciones que buscan evidenciar lo que hay tras el telón a montar ejércitos de personas para poder cumplir con el objetivo: conocer a detalle al candidato, sacar los trapitos sucios al aire, leer los planes de gobierno y analizarlos. La pregunta es esta: ¿si con 18 candidatos evidenciamos la catástrofe de elección que tuvimos, por qué ahora tenemos más? La respuesta es sencilla. Porque quienes hoy deciden las reglas de juego saben que, mientras más partidos existan, más posibilidades de robar hay. La preexistencia de una ideología, un plan programático o una doctrina para la constitución de un partido político, ya no es necesaria. Basta con cumplir las normas existentes para conformar la organización, y listo: tenemos el vehículo para levantar dinero vendiendo candidaturas. Si la población, como suele hacer, nos cree las mentiras, ganamos y nos volvemos ricos. Es un funesto círculo vicioso. Luego, esos mismos mercenarios que toman el poder continúan el desbarajuste en pro de los mismos fines. En el Perú, la situación está muy complicada debido a la permeabilidad al dinero negro, las mafias, el narcotráfico, etc., en el ejercicio de la función pública. Así que quien quiera lavar dinero o ganar grandes cantidades en poco tiempo y sin escrúpulos solo necesita crearse su partido, derramar un buen lote de mentiras… y la plata llega sola. Las prebendas vencen este julio. A partir de ahí, arranca el baile. Un baile que promete ser otro sinfín de mentiras y falsedades, donde esperemos que la divina providencia nos regale alguna opción centrada, moderada y honesta. Una que no traiga vicios ocultos y proponga gente con mérito y vocación de servicio. Aún tengo fe. Allá vamos.