El ser humano no es un ser racional, es un ser emocional, afectivo, sentimental (que razona). Y es un ser social. Es imposible que lo que le suceda o lo que obtenga una parte de la población no sea observado y “sentido” por la otra.

Siempre hemos escuchado la frase que el peruano es como un mendigo sentado en un banquillo de oro, haciendo referencia a que vivimos en un país rico pero siendo pobres. Lo cierto es que siempre han habido ricos y pobres, pero en las últimas décadas hubo un crecimiento económico que hizo a los pobres menos pobres y a los ricos más ricos. Es innegable que ha habido crecimiento, el problema es que la fórmula de crecimiento ha ampliado la desigualdad. El PBI creció, pero también creció la distancia que nos separa.

Se tiene que entender que no basta con que los pobres “sean menos pobres”. No es suficiente con saber que “los pobres antes eran más pobres”. Lo que al ser humano le duele es la brecha, la desigualdad, la distancia. El ser humano puede entender y hasta admirar que a su hermano le vaya mejor que a él, pero no puede tolerar que entre su hermano y él haya un abismo, una brecha tan grande que lo haga sentir que su hermano dejó de ser su hermano.

Cuando llegó el COVID al Perú salió por ahí un texto muy interesante que decía que no estamos los peruanos en el mismo barco. La tormenta es la misma para todos, pero los botes en los que navegamos esa tormenta son muy distintos.

Cuando estamos todos en el mismo barco enfrentamos las tormentas juntos, y también disfrutamos los tiempos de calma y bonanza juntos. Y cuando hay una verdadera tempestad, y estamos en el mismo barco, nos salvamos todos o nos hundimos todos.

Pase lo que pase, ojalá comprendamos que acá hay un solo barco llamado Perú, y que tenemos que trabajar juntos, en democracia, para salir de tanto dolor. Sí se puede.


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