¿Cuántos problemas nos ahorraríamos si nuestros líderes se rodearan de críticos (con buena fe) en lugar de lambiscones?, se pregunta Zegarra.
¿Cuántos problemas nos ahorraríamos si nuestros líderes se rodearan de críticos (con buena fe) en lugar de lambiscones?, se pregunta Zegarra.

Del mensaje de Fiestas Patrias, muchos resaltaron la falta de autocrítica del presidente Martín Vizcarra. Si bien –como dijo el expremier Cateriano– ningún político se autoflagela, pasar por alto alegremente que el Perú es el país con el peor resultado conjunto de salud y economía podía ser leído como una grave desconexión de la realidad. Esa lectura es hoy una certeza, al anunciarse que el exministro de Salud Víctor Zamora –autor de la estrategia que generó tal calamidad– se reincorpora al gobierno como asesor de la PCM en temas de… ¡salud!

La responsabilidad política ministerial es objetiva –a diferencia de la penal, que requerirá demostrar dolo o culpa–: Zamora no puede sustraerse de que se le atribuyan los resultados. Que siga en el gobierno, con responsabilidades sanitarias además, equivale a que este no ve tan mal lo ocurrido, o no ve que es resultado de sus decisiones. No ver eso es ceguera, pues. Qué tal mensaje político.

Pero no me interesa acá hablar tanto de política como de la naturaleza humana. Y es que el poder en general (también económico, empresarial, social, etc.) hace perder la perspectiva, la visión completa (y compleja). A eso se refería Lord Acton cuando decía que el poder corrompe; tal vez una mejor expresión habría sido “envilece”. Deteriora moralmente a las personas. Las vuelve autocomplacientes. Inmunes a la (auto)crítica.

Por eso, todo líder está en la obligación moral de rodearse de personas que lo desafíen y le digan lo que no quiere oír, aunque sea psicológicamente difícil. Desafiar no es faltar el respeto (ni siquiera a un/a jefe de Estado); es ayudarlo/a decidir mejor. ¿Cuántos problemas nos ahorraríamos si nuestros líderes se rodearan de críticos (con buena fe) en lugar de lambiscones?

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