(Foto: Jorge Cerdán/@photo.gec)
(Foto: Jorge Cerdán/@photo.gec)

La gente deplora las inequidades sociales. En el fondo, deploran la injusticia. En realidad, todos –excepto los corruptos y los egoístas– deploramos la injusticia en nuestro país.

¿Por qué algunos estudian en buenos colegios y universidades, mientras que otros no tienen ni para los útiles? ¿Por qué unos viven en casas con agua, luz, gas domiciliario, Internet, rodeados de parques y jardines, seguridad vecinal, etc. mientras que otros –1´600,000 familias… ¡8 millones de peruanos!– viven hacinados en chozas de esteras, cartones y plásticos, sin agua, luz… nada? ¿Por qué más del 70% de los trabajadores peruanos no tienen empleo formal? ¿Por qué tanta inequidad? ¡Cómo no quejarse ante tamaña injusticia!

Entonces, al pan, pan… y al vino, vino. El Estado es el responsable de tantas inequidades. No obstante, ahí están –como si nada– los alcaldes y regidores corruptos propiciando invasiones de tierras para luego lucrar descaradamente con la venta de esteras, agua en cisternas y todo tipo de bienes y servicios; mientras la gente pobre vive abandonada, carente de los más elementales servicios públicos.

Ahí están las empresas municipales de agua fallidas. Ahí están los gobernadores regionales coimeros con hospitales inacabados y/o sobrevaluados. Y los médicos del Estado que abandonan a sus pacientes para atender en clínicas privadas.

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¡Vamos! Nuestro problema es el Estado. El Gobierno Central… presidentes, ministros y funcionarios sin valores, pero también gobiernos regionales y municipales, donde priman la corrupción, el clientelismo y la inoperancia. El Congreso de la República, infiltrado por parlamentarios que defienden oscuros intereses. El Poder Judicial, indolente y corrupto, al igual que sus pares del Poder Ejecutivo y del Congreso. Excepto –valgan verdades– aquellos funcionarios públicos que, admirablemente, sirven a la ciudadanía con honradez y eficiencia.

Seamos sinceros; el gran objetivo nacional debería ser combatir la corrupción y la inoperancia del Estado. Pero de verdad. No como aquellos que pregonan integridad y resultan tan coimeros como todos. Vizcarra y Castillo… por ejemplo. Reducir la elefantiásica burocracia administrativa del Estado, y reasignar dichos ahorros a mejorar las remuneraciones de los maestros, médicos, policías y jueces.

Para ello no hay que cambiar el modelo económico –y menos, la Constitución– como dicen los políticos demagogos. Lo que hay que cambiar es a quien propicia las inequidades sociales en nuestro país… el Estado.

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