(Foto: Jorge Cerdán / GEC)
(Foto: Jorge Cerdán / GEC)

El estatismo es dogmático, intolerante, indolente, abusivo, ineficiente, híper burocrático, y… 100% corrupto. No hay estatismo que no termine en tiranía elitista, empobrecimiento generalizado, y violencia callejera. ¿Acaso no fue eso lo que vivimos en los años 70´s y 80´s en nuestro país? Por ello, muchos peruanos tenemos razones –más que suficientes– para detestar el estatismo. Sobre todo, los mayores.

Los no-estatistas queremos un Estado que se limite a sus funciones básicas: justicia, seguridad, salud, educación, infraestructura… y paremos de contar. Y que sea eficiente y liberador del talento y energía de la ciudadanía, en ambiente de libertad.

Los estatistas viven empeñados en demonizar ciertas palabras. Aquí va una lista parcial de ellas. “Empresa Privada” … los estatistas se erizan con esa palabra. Pero olvidan que las empresas –además de empresarios– son también trabajadores, clientes, proveedores, trabajadores de proveedores, tributos y hasta entornos sociales.

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Los estatistas aborrecen también palabras como “Intermediarios” y “Services”. Hay que eliminar a los intermediarios y los services, predican por todos lados los estatistas, cuando no se dan cuenta que sin ellos el mercado se tornaría inviable. Es decir, los infinitos bienes y servicios que proveen las empresas jamás llegarían a los consumidores sin la intervención de los intermediarios y de los services.

Por otro lado, ¡ni mencionar la palabra “Libre Mercado”! Se desquician. Los estatistas quieren que el Estado produzca todos los bienes y servicios que requiere la ciudadanía, y que todo lo dirija. Incluso, que fije los “precios justos” … ¡como si eso fuera posible!

Las palabras “meritocracia” y “flexibilidad laboral” les producen sarpullido. Para los estatistas, los conceptos de productividad y eficiencia no cuentan para nada. Incluso, han llegado al extremo de inventar el “trabajo hereditario”. Es decir, si el padre –o la madre– se jubila, enferma, o muere… el puesto lo hereda el hijo. Pues bien, esto que parece una locura, ocurre en algunas empresas estatales.

Y así por el estilo. Los estatistas han demonizado muchas palabras que no tienen –en sí mismas– nada de malo. Incluso, han llegado al extremo de demonizar actividades como la minería, la agroexportación, las AFPs y hasta las farmacias y las clínicas privadas.

¡Tengamos mucho cuidado con los estatistas! Nos pueden llevar a la ruina… como en Venezuela. O – sin ir tan lejos– como en nuestro país, en los aciagos años 70´s y 80´s.

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