Castillo Terrones conversa con Dina Boluarte previo a la ceremonia donde recibió las credenciales de parte del máximo organismo electoral. (Foto: César Campos Medina / @photo.gec)
Castillo Terrones conversa con Dina Boluarte previo a la ceremonia donde recibió las credenciales de parte del máximo organismo electoral. (Foto: César Campos Medina / @photo.gec)

Cuando un presidente asume el mando de un país sin una experiencia previa de gobierno, se enfrenta a la imperiosa necesidad de aprender sobre cómo funciona este y las restricciones económicas y políticas que enfrenta. Algunos aprenden rápido y hacen las cosas bien, otros creen que pueden ir contra los principios básicos de un buen manejo económico y terminan haciendo un mal gobierno que destruye el bienestar del pueblo.

El tiempo dirá si nuestro flamante presidente pasará a la historia como alguien que hizo una buena o mala gestión. De esto dependerá el futuro del país y nuestra capacidad de generar empleos e ingresos para poder reducir la pobreza. Para gobernar bien se requiere no solo humildad, sino mente abierta para reconocer cuando se está equivocado, para enmendar el rumbo o para tomar medidas correctivas, incluso si implica ir en contra de lo que consideraba no negociable. Eso es lo que hace a un buen presidente. Tiene la responsabilidad de gobernar para todos los peruanos y no solo para los que lo llevaron al poder.

Como aprendieron muchos presidentes que lo antecedieron, para gobernar en democracia se requiere generar consensos, particularmente si no tiene mayoría en el Congreso. Debe buscar acordar una agenda mínima de gobernabilidad que ataque nuestros problemas más inminentes: la pandemia, la necesidad de reactivar la economía y el regreso de los alumnos a clases presenciales. Los tres están interrelacionados ya que todos dependen de un efectivo programa de vacunación que nos lleve a inmunidad de rebaño para evitar futuras olas de contagio que vuelvan a colapsar nuestra economía y nuestro precario sector de salud. Pero requiere también dar confianza para atraer inversión. No es una tarea sencilla; implica muñeca, paciencia y capacidad de negociación.

Por otro lado, tenemos un Estado fallido, a todo nivel de gobierno, que se caracteriza por una pobre gestión pública a la que se suma una corrupción generalizada. Requerimos una reforma del Estado que no es posible lograr sin consensos y que debe nacer desde el propio Ejecutivo. También necesitamos una reforma política que fortalezca los partidos y la gobernabilidad del país. Grandes retos.

Si el presidente entrante aprovecha el curso acelerado de principios de buen gobierno que inevitablemente recibirá, evitará destruir nuestro futuro, como ocurrió en muchos países que se empecinaron en implementar recetas económicas que no funcionan y que también experimentamos en el Perú con lamentables resultados en el pasado.


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