(Getty Images)
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Con la publicación del reglamento de la ley sobre el uso medicinal y terapéutico del cannabis –léase marihuana– en el país, el Estado peruano termina de dar el paso adelante en materia de salud pública que dejó en suspenso hace casi año y medio, después de promulgar una ley que, hasta esta semana, no entraba en vigor al no haberse completado la reglamentación y publicación correspondiente.

La marihuana para uso medicinal ya se vende en países de la región como Uruguay, Chile, Colombia, Brasil, México y los Estados Unidos. A sus conocidos efectos probados, como antiemético –evitar ataques de náuseas y vómitos– que proporciona alivio a pacientes expuestos, por ejemplo, a los duros tratamientos de la quimioterapia, suma otras bondades que tienen respaldo en sólidos estudios científicos. Estamos hablando de ciertos tipos de cáncer y esclerosis, el glaucoma, fibromialgias, contra los cuales no pocos afectados usan el cannabis buscando, y logrando, aminorar los efectos de los tratamientos, con frecuencia dolorosos, si es que no letales.

Son por supuesto atendibles las objeciones de quienes sostienen que si aquí la barrera de la receta médica no evita del todo la expedición de medicamentos riesgosos, menos servirá con esta sustancia, lo cual, en verdad, solo indica que el debate es no sobre la legalización, sino sobre cómo hacer que la normativa se cumpla.

Lo absolutamente desdeñable, en todo caso, es el rechazo per se, prejuicioso, populista y, en última medida, ajeno a cualquier análisis o evidencia; rechazo que muchas veces se parapeta tras posturas políticas y morales, por lo general basadas en afirmaciones pseudocientíficas, cuyo único objetivo pareciera ser mantener en el oscurantismo a los peruanos más vulnerables, y excluirlos de los beneficios de la modernidad y el siglo XXI. 

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