Foto: GEC
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En esta segunda vuelta cosechamos lo que sembraron Juan Velasco y Alberto Fujimori y que no hemos sabido cultivar. Ya le cuento. Hace 50 años Velasco impuso su reforma agraria. Fue un desastre económico y el resurgimiento agroexportador del Perú se logra cuando se deshace esa reforma. Hace 30 años Fujimori dio su golpe de Estado. Fue el último de nuestra historia y la vida democrática se recupera plenamente cuando termina su gobierno. No obstante, la reforma agraria distribuyó tierras entre los campesinos, les dio presencia económica, se les reconoció ciudadanía y, finalmente, votaron por primera vez en 1978. A su turno, el golpe de Estado facilitó las normas que permitieron eliminar la hiperinflación, ordenar la economía, derrotar al terrorismo y juzgar a los terroristas. En 1992 los peruanos nos volvimos a sentir a salvo en nuestro propio país. Hemos puesto las luces en los quiebres constitucionales que produjeron esos procesos, pero no valoramos que desencadenaron una integración nacional sin precedentes. Produjeron, en simple, el voto universal y la seguridad dentro de nuestro territorio, que son condiciones elementales en cualquier Estado moderno.

Ese proceso de integración debería haber continuado este siglo. Pero el Estado falló. Ni en medio de desastres naturales pudimos hacer las cosas bien. Que lo digan las víctimas del terremoto de Pisco de 2007, las de El Niño costero de 2017 y las de la pandemia de ahora. El desbarajuste incluye a gobiernos regionales y municipalidades. Fallamos cuando las condiciones eran inmejorables, porque hubo democracia y prosperidad económica. Fallamos porque no tuvimos gestión pública. Ausentes los partidos políticos y los movimientos regionales, la gente reclamó servicios públicos directamente. Como no les hicimos caso, tomaron carreteras, quemaron llantas, apedrearon ambulancias y hubo heridos y muertos. Como tampoco les hicimos caso, se sintieron marginados y humillados. Así votaron este abril.

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Los reclamos parecen económicos porque piden mejoras materiales. Sin embargo, lo que reclaman es que el Estado solo les da DNI, que los abandona en la vida cotidiana, que les margina derechos. Por eso exigen ahora tener voz y voto en los asuntos públicos. Las cosas han cambiado. Tendremos que aprender a hacer gestión pública juntos. Será difícil, pero es lo que hay y es lo que corresponde para ser una nación. En esta segunda vuelta no fomentemos prejuicios ni cóleras porque, cuando pase, nos necesitaremos unos a otros para seguir construyendo esto que llamamos Perú.

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