"Vacar o no vacar no es la cuestión. Se requieren acuerdos políticos, que es como se gobiernan las sociedades. Necesitamos fe y esperanza. Necesitamos inventar a Dios." (Foto: Anthony Niño de uzmáan / @photo.gec)
"Vacar o no vacar no es la cuestión. Se requieren acuerdos políticos, que es como se gobiernan las sociedades. Necesitamos fe y esperanza. Necesitamos inventar a Dios." (Foto: Anthony Niño de uzmáan / @photo.gec)

¿Ha leído “Así habló Zaratustra” de Friedrich Nietzsche? Una obra maestra entre novela, poesía y filosofía, en tono de evangelio. Pero seguro ha escuchado algo de ese otro “Así habló Zaratustra”, una sinfonía de Richard Strauss. Los dos primeros minutos sirven de fondo musical a la primera escena de “Odisea 2001″ de Stanley Kubrick, aquella en la que el mono, a punto de convertirse en hombre, contempla unos huesos, coge un fémur, lo alza y golpea con él. Así descubre la primera maza de la historia, con la que le será más fácil cazar para alimentarse, pero también matar para tener poder.

Para muchos, si la razón no puede explicar algo, un orden universal le da sustento, a eso se le llama fe. Si las cosas van mal y podemos ayudar, a eso se le llama caridad. Si ya no es posible, con oraciones rogamos que mejoren; a eso se le llama esperanza. Estas virtudes nos hacen semejantes a Dios, en la teología cristiana. Dios lo explica todo. Si no existiera, habría que inventarlo, lo dijo Voltaire. Pero esa serenidad explota según las desgracias. César Vallejo, por ejemplo, nació un día que Dios estuvo enfermo, grave; o el Zaratustra de Nietzsche, un profeta que declara que Dios ha muerto, que estamos solos para encontrar el sentido de la vida.

Hay momentos sin fe, sin caridad, sin esperanza, sin encontrar sentido a la vida. Una encuesta de Ipsos Global ha demostrado que somos una de las sociedades más rotas (desestructuradas) del planeta. Hay una inmensa mayoría que percibe que la economía está amañada para favorecer a los ricos y poderosos, que los políticos no se preocupan de nosotros, que los expertos no tienen idea de lo que sufrimos, que la corrupción nos va a matar y que no hay en el horizonte mejora social alguna. Todo eso es un coctel que, convenientemente agitado, arroja esta conclusión de terror: para que se arreglen las cosas, necesitamos un líder que se salte las reglas. La Constitución y las leyes son las víctimas que estamos dispuestos a ofrecer al fuego de los sacrificios.

Nada nuevo dirá usted y tiene razón. Hace un siglo, Joseph Goebbels convencía a los alemanes de lo mismo, de que necesitaban un líder fuerte. Eligieron a Adolf Hitler y, en lugar de gloria, los metieron al infierno. Ese es siempre el final de las dictaduras. A eso estamos yendo si no nos ponemos de acuerdo en cómo arreglar el desgobierno que elegimos. Vacar o no vacar no es la cuestión. Se requieren acuerdos políticos, que es como se gobiernan las sociedades. Necesitamos fe y esperanza. Necesitamos inventar a Dios.