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[OPINIÓN] César Luna Victoria: “Media luna roja”

“Como en toda guerra, sobran los odios y faltan las razones. Pero no es una guerra entre judíos y palestinos, ni entre religiones, ni entre culturas”.

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¿Cómo usted empezaría sus memorias? Mario Vargas Llosa comienza las suyas en sus once años, cuando su mamá le presenta a su papá, cuya muerte ella misma había inventado para explicar ausencias. ¿Este es mi hijo?, pregunta el padre. Marito improvisa una sonrisa. Se siente estafado, ese papá no se parecía al que creía muerto (El pez en el agua). Ocurre que nos hacemos cargo de nosotros bien entrada la infancia. Por eso, la historia de nuestros comienzos se construye a partir del relato de parientes que destacan lo bueno, ocultan lo malo y agregan maravillas que nunca hicimos. Con los pueblos pasa lo mismo. ¿Qué es ser peruano? Más allá de la Señora de Cao, de Pachacútec, del Señor de los Milagros, de Túpac Amaru, de Grau y de Vallejo, ¿qué somos? Partir del imperio inca no sirve. De los cinco mil años contados desde Caral, el apogeo inca duró apenas cien años. Quedan sus arquitecturas, sus caminos, su política agraria y la forma de integrar a pueblos vencidos. Da orgullo, pero explica poco. Aún más, lo que fue inca lo llamamos indio, lo marginamos y lo explotamos (Cecilia Martínez: “Incas sí, indios no”, IEP). Para nuestra formación, quizá hayan tenido más influencia Tiahuanaco, Chavín, Moche, Wari o Chimú. Lo cierto es que, en lo que llamamos Perú, el territorio es del virreinato y el idioma y la religión son las de España. Nacimos mezclados en la conquista y, república mediante, no hemos terminado de forjarnos. Somos una promesa más que una realidad (Jorge Basadre).
Lo de Israel y Palestina no es diferente. El relato de la fundación está en la Biblia, que no es historia, no se sabe si pasó, se cree que pasó. Es lo usual, las naciones se forman a partir de relatos imaginados (Benedict Anderson, “Las comunidades imaginadas”). Así que mejor recuperemos historia. Durante los últimos dos mil años, el territorio en cuestión no estuvo bajo control ni de judíos ni de palestinos, sino del Imperio romano de Oriente, del Imperio otomano y del Imperio británico, en ese orden. Los Estados de Medio Oriente aparecen, política y jurídicamente, hace menos de cien años, sobre la base de territorios del Imperio otomano derrotado en la Primera Guerra Mundial. Entre guerras (1918-1945) ocurre una migración masiva de judíos y los terratenientes árabes hicieron fortuna vendiéndoles tierras. Cuando en 1948 nace el estado de Israel, una parte del territorio ya era propiedad privada de los judíos. Palestina también habría podido nacer compartiendo el territorio como lo proponía Naciones Unidas. Pero no, lo querían todo. Guerra. Dato a tener presente: los territorios que hoy son atribuidos a Palestina no fueron ocupados por Israel, sino por Egipto (Gaza) y Jordania (Cisjordania). ¿Por qué no los entregaron entonces a los palestinos? Israel los ocuparía recién en la guerra de 1966. Otro dato: la Franja de Gaza no está sitiada por todos lados por Israel. Por el sur limita con Egipto, ¿por qué no se abre esa frontera para la evacuación de civiles y para el suministro de alimentos?
En la guerra de estos días en Gaza, como en toda guerra, sobran los odios y faltan las razones. Pero no es una guerra entre judíos y palestinos, ni entre religiones, ni entre culturas. La mayor parte de Palestina (Cisjordania) y los demás países árabes no están en el conflicto. Se trata de una guerra limitada a dos organizaciones políticas: el Estado de Israel y Hamás, que controla Gaza. No son comparables, porque Israel es de derecho y Hamás es terrorista. Pero se parecen en que están liderados por populistas, de los que prosperan solo teniendo a un enemigo al frente (Yuval Harari, The Washington Post). Así, entre el odio de Hamás por ideología y el odio de Israel por defensa, no habrá paz posible. Mientras los populismos necesiten del conflicto, siempre habrá motivos para seguir odiando. Se pueden proponer muchas cosas sensatas, pero debe haber líderes que las quieran, que sustituyan a los populistas, que posterguen vanidades, que destierren odios, para conseguir la paz, para dejar de llorar, para volver a sonreír.
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