La mamá abandonó a Lucy cuando nació. No quería tenerla, menos con un padre como Sam Dawson, que era autista y, por aquella época, retardado mental. Sin embargo, Sam se las arregló para cuidar de Lucy. Ella creció feliz, pero en algún momento, antes de su adolescencia, era evidente que superaba intelectualmente a su padre. El sistema legal declaró que Sam era incompetente y entregó a Lucy en adopción. La historia termina bien, porque la madre adoptiva entendió que Lucy necesitaba a su padre y, abogados de por medio, cambiaron la decisión judicial. Lucy volvió a vivir con Sam, diferentes en habilidades e inteligencias, pero muy iguales en el amor. Sean Penn fue nominado al Oscar al mejor actor por su papel de Sam (Yo soy Sam, 2001).

Algernon era una rata operada para que desarrolle inteligencia. Charlie Gordon había sido seleccionado para lo mismo, porque era un retardado mental. El experimento tuvo éxito. Comparando un antes y un después, Charlie sorprendía a los científicos. ¿Qué es la ciencia moderna? Computadoras sin conciencia. ¿Cuál es la religión actual? Encuestas por popularidad. ¿Cuál es la política exterior? Armas nuevas más potentes. ¿Qué es la educación? Un televisor en cada habitación. Al final, él mismo les pregunta: ¿quién es Charlie Gordon? Silencio. Entonces extiende la mano. La rata yacía muerta. El éxito era solo temporal. Mientras espera su propia muerte, Charlie recuerda el cariño que llegó a sentir por Algernon. Cliff Roberston ganó un Oscar al mejor actor por su papel de Charlie (Charly, 1968).

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Pedro Castillo, nuestro presidente, es otra historia. No tiene habilidades para comunicar, pero no es un retardado mental; no tiene ideas ni planes, tanto que ofrece aprender, pero no es un incapaz. Ni siquiera regalando bonos y puestos públicos ha logrado contentar a sus clientes políticos. Para empezar, importa poco que no tenga picardía para contestar, ni el desparpajo para mecer, ni una mafia de verdad que lo proteja de todo mal. Más que profesor, es un sindicalista. Su habilidad está en negociar regateando y alargando huelgas hasta obtener, por cansancio más que por justicia, alguna mejora laboral. Le sirvió en las protestas, como candidato y para trepar en preferencias, pero no le alcanza para gobernar. Por eso se le califica pésimo y lo merece. Pero hay razones mayores.

Castillo es presidente porque dio esperanza. Maestro de escuela rural, campesino en ratos libres, bien clase media. Nunca los millones de pobres pudieron estar tan cerca de las prioridades de gobierno. Sin embargo, no hay empleo y, aunque suban el salario mínimo, se comprará menos por inflación. Sin mejoras en el futuro cercano, los pobres serán más pobres. Ni dignidad moral queda, porque Castillo anda envuelto en escándalos de corrupción y abuso de poder. Ese es el verdadero fraude electoral. Señor presidente, renuncie aunque tenga estabilidad laboral. Puede que llegue a gobernar, que eso se aprende. Pero ¿amar al pueblo que dice representar? Eso no se aprende, sale del corazón y si no le brota, es porque no lo siente. Solo piensa en usted, en cómo sobrevivir y en cómo contentar a sus allegados. Renuncie, porque no sabe querer.

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