(GEC)
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Hay golpes en la vida tan fuertes, yo no sé. Golpes tremendos que matan tejidos, generan infecciones o quemaduras que no sanan, o abren heridas que no cierran. En esas situaciones extremas se corta lo que ya no sirve, para que no contamine lo demás. Pero el dolor no se va, se seguirá sintiendo, por un buen tiempo, en el brazo o en la pierna amputados, como si siguiesen allí. Dolor fantasma se le llama. La ciencia explica que el dolor se puede sentir en un lado pero se genera en otro. Cuando algo anda mal, las terminales nerviosas emiten señales al cerebro, que es allí donde se produce el dolor, que luego se envía para que se sienta en la parte afectada, como una advertencia para que se cure. En la amputación, el cerebro deja de recibir señales, porque las terminales nerviosas se fueron con el miembro amputado. Al no recibir señales, el cerebro interpreta que algo anda mal y produce dolor, que es lo que sabe hacer en estos casos. Luego, de acuerdo a su memoria, envía el dolor hacia donde lo enviaba antes, al miembro que ahora ya no está.

Las sociedades también son un cuerpo y algunas de sus partes puede que no funcionen bien. En la nuestra hay varias. Sabemos que en salud estamos mal. Salvo la vacunación, que es la excepción a la regla, tenemos un cuadro de atenciones deficientes y tardías y medicinas que requieren subsidios. En educación no se diga más, antes de la pandemia los niveles de comprender lecturas y de razonar matemáticas andaban por los suelos. Agreguemos ahora dos años de cierre de colegios y clases virtuales en un país sin conexión masiva a Internet. En justicia el cóctel es más explosivo; dejando a salvo las excepciones que siempre existen, lo demás es corrupción, o negligencia, o ambas cosas. Chapa tu choro es la evidencia de que, para muchos, la justicia va por cuenta propia. Y lo mismo diremos del gasto público, donde no se recauda lo que se necesita, lo poco que se recauda se invierte mal, o se roba, o se devuelve porque no se sabe gastar. El problema es que todos esos síntomas, como el dolor, son advertencias de que algo anda mal y no les estamos haciendo caso. Como los leprosos, ya no sentimos el dolor de nuestras heridas.

La coyuntura es volátil, siempre habrá algo que capte nuestra atención: guerras, inflaciones, desempleos y demás calamidades. Nuestra política también aporta dramas cotidianos, entre vacancias, censuras y renuncias. El riesgo es que por andar en esas coyunturas no resolvemos los problemas estructurales. ¿Cúanto va a demandar tener salud, educación, justicia y gobierno como se debe? ¿20, 40 años? Son tiempos de larga duración que no se miden en años sino en generaciones; ¿y cuánto más dinero se necesita?, porque lo tendremos que financiar con impuestos.

El dolor de hoy es una alarma por el mañana de millones de peruanos que aún no han nacido. Ellos merecerán una sociedad mejor, sin dolores graves, sin riesgo de amputaciones. Parece una tarea noble y fácil, porque ¿quién no quiere buenos servicios públicos para sus hijos o nietos? Pero no estamos haciendo nada. Estamos evadiendo un deber con la historia. Por responsabilidad, por vergüenza y por cariño deberíamos empezar ahora.


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