(Foto: archivo GEC)
(Foto: archivo GEC)

Hubo un tiempo en que los manuales servían. Recuerdo a mi madre leyendo las instrucciones de una cocina a gas de kerosene y a mi padre las de su primer auto. Ahora, en cambio, nada trae manual o, si lo trae, nadie lo consulta. Pareciera que todo fuese obvio, que no se necesitan porque ya sabemos cómo funcionan las cosas, o sospechamos cómo, o aprendemos rápido. Ahí está la clave, en la sabiduría de aprender.

Hemos aprendido en economía, a punta de pagarlo caro: hiperinflaciones que nos metieron pobreza y quiebras. Aprendimos tanto que, aún en medio de los desatinos de este Gobierno, pudimos elegir al directorio del Banco Central de Reserva (BCR) como Dios manda. En política y en gobernanza también hemos pagado caro, con tantas desgracias por terrorismo y corrupción. Pero no aprendimos. Llevamos dos años sin elegir a seis de los siete magistrados del Tribunal Constitucional (TC).

El TC es, digamos, como el BCR de nuestra vida cotidiana. Si nos preocupa que no haya inflaciones ni devaluaciones porque lo que tenemos valdría menos y lo que nos falta costaría más; pues nos debiera preocupar mucho más todo lo que el TC puede decidir. No solo si las leyes son constitucionales, sino también si puedo operar mi empresa, si puedo conservar mi licencia, si me puedo casar con quien ame, si puedo adelantar mi muerte cuando ya no sea más que un vegetal o si se pueden meter con mis hijos. Uno diría que frente a tanta responsabilidad sería fácil elegir a los mejores.

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Pero no, hace dos años que no podemos. Cuando se inició el proceso, las discrepancias dieron para cerrar el Congreso. El año pasado se quiso forzar la elección, pero las protestas de la calle contra Manuel Merino la retrasaron por prudencia. Ahora, que se activa el proceso, hay cerca de 80 candidatos, muchos descalificables por conflicto de interés o por antecedentes turbulentos. Parece que esa elección despierta los intereses más mezquinos, para alcanzar alguna cuota de poder que se pueda canjear a futuro.

Nuestros problemas más importantes no tienen que ver con derechas o izquierdas, sino con algo tan obvio como ponernos de acuerdo. En el futuro inmediato, por ejemplo, tenemos dos enormes retos: ¿cómo aliviar la falta de competitividad que vamos a tener porque nuestros hijos han perdido dos años de escuela? y ¿cómo aliviar pobreza con gasto público, si aún no hemos resuelto la falta de gestión pública ni tenemos los controles adecuados para evitar la corrupción? Si no hacemos nada, cuando se vaya Pedro Castillo los problemas seguirán aquí.

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