Catedral de Lima. (Foto: Adrián Portugal/PROMPERÚ)
Catedral de Lima. (Foto: Adrián Portugal/PROMPERÚ)

Esta semana se instaló una estrella gigante, de 12 puntas y cinco toneladas de vidrio y acero, sobre la torre más alta de la catedral Sagrada Familia de Barcelona. Hace 170 años que se viene construyendo y faltan más. Es poco para los más de 500 años que demoraron la abadía de Westminster, las catedrales de Colonia y Milán, y la fusión de mezquita y catedral en Córdoba. Para construirlas fue necesario mucho tiempo, que es el que demanda levantar toda esa arquitectura; mucho dinero, que es lo que cuestan trabajadores y materiales por años; y, sobre todo, mucho carácter para mantener el estilo original y no convertirlo en un mamarracho.

Lo más valioso del proceso fue encontrar soluciones. No fue fácil saltar de los recintos románicos bajos, pequeños y oscuros a las edificaciones góticas esbeltas, grandísimas y súper iluminadas con rosetones y vitrales. De los techos planos se pasaron a las bóvedas de crucería para distribuir el peso a columnas reforzadas con arbotantes y pináculos. Eso permitió sustituir los gruesos muros portantes por paredes ligeras y enormes con ventanales para la luz. Así, con piedras, barro y madera, se construyeron esos rascacielos medievales para gloria de Dios. Uno dirá que fascinan porque son sagrados. Pero no es así, porque conmueven también a los ateos. En verdad, lo que maravilla es entender cómo millones de personas trascendieron su propia muerte para construir algo que sabían que no llegarían a ver. La fe en las generaciones futuras fue la que movió montañas.

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Las repúblicas democráticas son las catedrales modernas. No se ven, pero se construyen. La nuestra lleva 200 años y pinta fea. Sabemos que somos una sociedad desestructurada e informal, pura decepción. Preocupa, pero que no desespere, porque para corregir el tiempo nos regala su larga duración. Pero hay que ir aportando desde ahora: invertir mucho dinero para acortar desigualdades; mucho carácter, para mantener en el tiempo el concepto original de la democracia; y, sobre todo, mucha creatividad para resolver problemas. En la construcción medieval, las dificultades se resolvían con calicanto, uniendo las piedras de un modo distinto para formar columnas y bóvedas. En la democracia, es la confianza lo que une. Y esa confianza no se logra solo denunciando lo mal que está todo, que ya se sabe. Se construye proponiendo cómo hacerlo, apoyando a otros para que lo ejecuten o asumiendo los riesgos de hacerlo uno mismo. Olvidarse de uno y de las ventajas del corto plazo, para sembrar futuro, aunque no sea para nosotros.

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