“Aprendamos de estos 20 años: mantengamos los mercados abiertos y que los subsidios sean para que los pequeños productores identifiquen productos rentables, para que maximicen sus competencias...”. (Foto: ALESSANDRO CURRARINO / GEC)
“Aprendamos de estos 20 años: mantengamos los mercados abiertos y que los subsidios sean para que los pequeños productores identifiquen productos rentables, para que maximicen sus competencias...”. (Foto: ALESSANDRO CURRARINO / GEC)

¿Necesita reglas para subir una escalera? Una vez las dio Julio Cortázar, pero en plan de joda y como excusa para un relato. Lean sus “Instrucciones para subir una escalera”. Ciertas, pero inútiles. Lo obvio no requiere explicaciones. Pues bien, hasta hace poco era obvio que la era un éxito. En 20 años, en tierras ganadas al desierto con riego tecnificado, el Perú se convirtió en líder mundial de productos frescos. Las exportaciones crecieron exponencialmente, la recaudación tributaria es el triple de lo que habría sido sin incentivos, el empleo creció como nunca y las remuneraciones están sobre el promedio.

Pero hace un año los trabajadores bloquearon carreteras, los contenedores no llegaban al puerto ni los enfermos a los hospitales, violencia en unos y en otros y, desgraciadamente, muertos y heridos. La culpable era la ley que, decían, no beneficiaba a todos. El Congreso, arrinconado, la derogó. Creó más caos. A los días tuvo que aprobar otra. Ahora se anuncia una segunda reforma agraria.

Para lograr el desarrollo, la política agraria apuesta a proteger al productor local y a favorecer al pequeño productor. Y eso, que parece obvio, ni lo es ni va a funcionar. Miremos estos 20 años. ¿Por qué la misma ley funcionó para unos y no para otros? Pues funcionó para quienes vieron que nuestro mercado local es chico y pobre. Que para prosperar se requiere exportar. Que para competir en ese mercado hay que ofertar grandes volúmenes, con un retorno capaz de soportar todos los costos. Si vendo arándanos que me generan –digamos– 100, con ese ingreso puedo pagar mejores remuneraciones, contribuyo con más impuestos y obtengo mayores ganancias. Pero si sigo produciendo lo de siempre que me genera –digamos– 40, con eso no me alcanza para mucho. Funcionó para quienes se adaptaron, cambiaron su matriz productiva y crearon nuevas formas de hacer negocios.

Proteger el mercado local es mordernos la cola, porque supone limitar o prohibir importaciones y nuestros competidores, en represalia, se van a ir contra nuestras exportaciones.

Proteger al pequeño productor es un dilema, porque si crece, pierde los beneficios y si no crece, no exporta.

Aprendamos de estos 20 años: mantengamos los mercados abiertos y que los subsidios sean para que los pequeños productores identifiquen productos rentables, para que maximicen sus competencias, para que crezcan, se asocien y exporten, para que ganen lo más que puedan.

La plata no llega sola. Pero, cuando llega, prosperan los beneficios. Obvio, pero no para todos.


TAGS RELACIONADOS