El presidente del Consejo de Ministros, Guido Bellido, y el mandatario Pedro Castillo. (Foto: Presidencia Perú).
El presidente del Consejo de Ministros, Guido Bellido, y el mandatario Pedro Castillo. (Foto: Presidencia Perú).

El dolor avisa que algo anda mal. Los nervios advierten que hemos sufrido un golpe, una herida, una infección o un tumor y envían al cerebro una alerta en modo de hincones, ardores, calenturas, hormigueos y otras molestias. El dolor está hecho para no ser soportado. En el esfuerzo por aliviar el dolor, descubrimos la enfermedad que lo causa y tratamos de eliminarla. El dolor, entonces, es la clave para curar. A veces se tiene que neutralizar el dolor con calmantes y anestesias para tolerar tratamientos y cirugías. Pero hay veces en las que la enfermedad misma es la ausencia de dolor. La lepra, por ejemplo, produce heridas en la piel y ataca los nervios, eliminando el dolor. Una de las escenas más crudas del Ben-Hur de 1959 es la cueva de los leprosos. Sin dolor, no sentían que eran comidos por las ratas. Allí estaban presas la madre y la hermana de Ben-Hur, por una historia larga de contar. En el epílogo, la muerte de Cristo en la cruz las redime. La lluvia lleva gotas de su sangre a la cueva y se curan de milagro.

La política también tiene su dolor. Cuando apareció Sendero en 1980, atacó a las comunidades campesinas, confiscó sus alimentos, destruyó sus cultivos y ganados, reclutó jóvenes a la fuerza y mató a los sospechosos de no ser leales. Las comunidades reaccionaron y, con el apoyo de las Fuerzas Armadas, derrotaron a Sendero. Huyendo del campo, Sendero trajo el terror a la ciudad. Dinamitaron torres de transmisión para dejarnos sin electricidad, destrozaron comercios para quebrar negocios, explotaron bombas para matar al azar y asesinaron a dirigentes. Reaccionamos y, con inteligencia de la Policía, se capturó a su cúpula. Sendero fue otra vez derrotado. La brutalidad de Sendero fue su error. Por ese dolor reaccionamos a tiempo, todos juntos, y vencimos.

Ahora ha aparecido otra versión de Sendero. Desde el Poder Ejecutivo está destrozando la economía y dinamitando las instituciones. Quizá no ponga bombas, pero matará igual de hambre y de desesperanza. Es una muerte lenta, que parece la de otros, pero es la nuestra. Si hay rabia, no es contra Sendero. Para los extremos de la derecha y de la izquierda, que se agreden recíprocamente con violencia creciente, el enemigo es el otro y no Sendero. Mientras tanto, Sendero prospera. Sufrimos de estupidez, de esa torpeza enorme de no entender que nos estamos yendo al diablo. Es una lepra política que no advierte ese dolor. Como a los leprosos antiguos, el riesgo es que nos devoren las ratas. Salvo que reaccionemos, ¿o cree usted en milagros?