(Foto: AFP)
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Carlos Santana tocaría en Woodstock cuando nadie le conocía. Sería un telonero, un relleno. Cobraría menos de la décima parte de la tarifa para estrellas, casi una propina. Llegó puntual, pero lo reprogramaron para la madrugada siguiente. Tiempo tenía para la mezcalina, la droga de moda. Ya estaría recuperado cuando le tocase subir al escenario. Pero lo llamaron al poco rato. Santana tuvo el tino de pedir a su banda “…ayúdenme a tocar afinado y a tiempo”. A los acordes típicos del rock y del blues agregó improvisadamente reminiscencias africanas y ritmos latinos. Su solo de guitarra despertó a la muchedumbre; ahí recién empezó el festival. Esa música fue, en adelante, la banda sonora del nuevo mundo hippie. Santana fue su tótem.

Dos años después debía tocar en el teatro más grande del Perú, el estadio de la Universidad Mayor de San Marcos. Pero la federación de estudiantes, controlada por Patria Roja, se oponía. El gobierno militar, para evitarse problemas, lo deportó. Argumentos: representaba la cultura imperialista norteamericana que el gobierno combatía, sin reparar que Santana también combatía esa cultura, pero desde otra orilla; o que era inmoral, por usar bividí, en pleno verano. Luego el deporte se convirtió en una práctica común, para expulsar del país a cualquier personaje incómodo.

El serbio Novak Djokovic también puede ser deportado de Australia. Acontece que, en el Olimpo de las estrellas del tenis, Djokovic anda empatado a 20 grand slam con Roger Federer y Rafael Nadal. Djokovic quiere ganar el torneo australiano para tener la gloria de ser el mejor de la historia. Pero es un antivacuna. Las autoridades locales y las deportivas le aceptaron la excusa. No puede ser vacunado porque se contagió de COVID a mediados de diciembre. Pero las autoridades federales tienen dudas del contagio porque no se aisló, tuvo reuniones públicas y viajó a España para entrenar. Un juez le permitió la entrada al país por un argumento formal. Cuando se le detuvo, no se le habían dado facilidades para su defensa. Al cierre del viernes, el ministro de Inmigración acordó deportarlo, porque podía ser un factor de contagio y con la salud pública no se juega. Djokovic ha apelado y la justicia australiana trabajará el fin de semana para ver qué pasa. Serbia ha advertido que sus relaciones con Australia pueden verse deterioradas. El torneo arranca el lunes.

La deportación es una facultad discrecional de los gobiernos. A veces se usa y otras se abusa. Todo el tiempo, miles de personas sufren la violación de sus derechos al libre tránsito o a la presunción de inocencia, mientras los gobiernos reivindican soberanía dentro de sus fronteras. Cuando hay dictaduras, la deportación incluso puede ser una bendición, porque la alternativa es que te asesinen y desaparezcan. Ocurre siempre, pero no es noticia hasta que lo sufren los notables. En un mundo cada vez más globalizado, el asunto de la deportación vuelve a preocuparnos. Hay que encontrar un punto de equilibrio entre la libertad del individuo y los derechos sociales, entre la justicia para todos y la soberanía de los Estados. Esa es la agenda, antes de que sea tarde.

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