Foto: CESAR CAMPOS / GEC
Foto: CESAR CAMPOS / GEC

El niño se revolvía de dolor. El médico decía que debía evolucionar para saber si debía operar el apéndice. Pero tampoco debía esperar mucho, no vaya a ser que explote y, en ese caso, habría muerte por infección generalizada. El padre y la madre desesperados, entre la rabia por impotencia y los ruegos por alivio. Allí están los tres personajes del dolor. El que sufre, el que acompaña y el que debe curar. Los tres metidos en esa ciencia y en ese arte que es la medicina. Ciencia para diagnosticar las causas que producen dolor y asociar remedios. Arte para aliviar el dolor mientras se cura.

En política debiera pasar lo mismo. El dolor avisó en todos los tonos que algo grave estaba pasando. No era posible que un balón de oxígeno costara cientos de veces su valor comercial. La especulación despreció la vida, pero fue posible porque el Estado regaló un oligopolio. Si hubiese habido más empresas productoras en competencia no habría habido esa especulación. Además, absurdo e imperdonable, el Estado rechazó donaciones de plantas de oxígeno de las empresas mineras, porque esa solidaridad era imperialista. Pasó durante la primera ola y se debió prever lo que pasaría en la segunda. El Estado tuvo tiempo y plata, pero no hizo nada. Esta vez, entre la negligencia grave y la responsabilidad criminal. La gente vio cómo se moría, tuvo miedo y gritó. Ese era su dolor. Las protestas de noviembre contra Merino y las de diciembre contra la Ley Agraria fueron políticas y económicas en la superficie. Por dentro eran un profundo reclamo por derechos más universales. Nada menos que a la vida, la salud, la educación y el empleo.

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La sociedad es el primer personaje del dolor, como el niño que sufre. Si llora, causa hay. Los partidos políticos y las organizaciones de base son el segundo personaje, como los padres que acompañan. Tienen el papel de aliviar el dolor y para eso deben proponer los consuelos inmediatos. Pero el papel más importante es dar la información y ayudar a entender las causas. De poco sirven si gritan y patalean, como si fueran otro niño más por atender. El gobierno elegido es el tercer personaje. Como el médico, su gran responsabilidad es hacer un diagnóstico real y saber elegir el mejor remedio. Su papel no es consolar, menos mentir para fabricar ilusiones de esperanzas, que frustran más. Que decida con conocimiento si hay que operar y que lo haga con coraje y pericia, advirtiendo riesgos y posibilidades. Eso sí, con la sabiduría de la empatía para el que sufre. Eso estamos eligiendo esta vez.

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