(Foto: Presidencia)
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El minotauro vivía en su laberinto. Desde Atenas le enviaban siete mancebos y siete doncellas como ofrenda y alimento. Teseo fue uno de esos jóvenes, que entró ocultando una espada para matarlo. El minotauro tenía cabeza y patas de toro. Eso no le incomodaba, así era su naturaleza. En su origen mítico hubo engaño, venganza e infidelidad. Sin embargo, nació hermoso y con bravura. Su laberinto fue construido a modo de palacio por el mejor arquitecto, como si fuese rey. Le ofrecían sacrificios, como si fuese dios. No obstante, ¿qué pensaba, qué quería, qué futuro tendría, saldría algún día o viviría en prisión perpetua, era su castigo, castigo de qué? Con el tiempo perdió esperanzas. Cuando lo encontró, dijo Teseo, el minotauro apenas se defendió. Se dejó morir para liberarse. Lo cuenta Jorge Luis Borges en “La Casa de Asterión”. En otra versión, el héroe se encuentra en el laberinto. Lo recorre al encuentro de la bestia. Solo hay pasajes. No hay salas, ni patios, ni puertas, ni ventanas, ni techos, ni muebles, ni espejos. Pero sí un charco de agua de lluvia. El héroe se mira en el reflejo. El minotauro es él.

Por lo general el monstruo es el otro. Es más fácil ver los pecados de los demás que los de uno, que se esconden para creer que no los tenemos. Si el tiempo es bueno, no pasa nada. Pero cuando los tiempos son malos, este engaño contra uno mismo es una desgracia enorme. Ahora mismo le echamos la culpa a la izquierda por haber elegido un presidente inepto, corrupto y rehén de extremistas; o le echamos la culpa a la derecha por haber elegido congresistas que también son ineptos, populistas y empleados de mercantilistas. En esa danza de la culpa la tienes tú, somos grandes responsables de haber perdido el centro. Como están las cosas, el centro no es el lugar cómodo para no comprometerse. Es el único lugar para reparar el daño que se ha causado, porque desde allí se tiene la serenidad para diagnosticar en qué laberinto andamos metidos, la sabiduría para encontrar la salida y el coraje para dar o quitar, por derecho, según se necesite.

Nos burlamos de los ministros y creemos que la solución está en nombrar otros mejores. Eso toma un fin de semana. Pero no miramos que la administración pública ha sido destruida para contratar parientes, militantes y clientes. Reconstruir el Estado nos demandará años. Nos quejamos de la pésima educación, pero todo el magisterio está copado por las ramas sindicales de Sendero. Tendremos maestros que no buscan enseñar mejor sino ganar más a punta de huelgas. Cambiar esa tragedia nos costará muchos conflictos sociales. Somos un país minero, es la verdad. Pero sin inversión, dentro de poco no tendremos nada para vender. Sin ingresos, no tendremos qué comprar y los alimentos costarán más porque, eche cuentas: inflación, más tomas de carreteras, más falta de fertilizantes, menos política agraria. El hambre otra vez. Mientras lo remontamos, generaciones perdidas.

Pero no hay tiempo que perder. Hay que mirarnos en el reflejo para saber quiénes somos y saber qué hacer. Sin engañarnos, ¿quiénes somos: Teseo, o el minotauro, o el minotauro suicida, o ninguna de las anteriores, porque aún hay esperanza?

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