Pues mire lo que tenemos acumulado: el terrorismo trajo muerte y la hiperinflación vino con hambre (1980 -1990), los derrotamos, pero, en lugar de unirnos en la victoria, nos peleamos por medias verdades (1990 – 2000); la promesa democrática (2001) se incumplió groseramente por olvidar a los olvidados y porque la bonanza económica ni chorreó ni redujo desigualdades (2000 – 2016); cuando se le necesitaba, la política fracasó por corrupción (2016 – 2024); y la pandemia mató más que todas las guerras juntas (2020). Apostamos a la inversión privada para crecer, pero hace una eternidad que nuestra educación es pésima, sin mejorar productividad los empleos seguirán siendo de baja calidad, con salarios mínimos y con más informalidad; así no saldremos de pobres. De ánimo somos de los países que menos confían en los demás, que más desaprueban a las autoridades, que menos esperan de la democracia, que sienten que la economía se pondrá peor y que el crimen nos sobrepasa (Barómetro de las Américas, 2023). Si lo que abundan son frustraciones, podemos reaccionar con ira para destrozarnos otra vez o nos esforzamos en superarlas. El lenguaje es un buen ejemplo, porque, ante la barrera de la comunicación, se van adoptando gestos, sonidos y signos a los que, en conjunto, se atribuye un significado, hasta que aparece un idioma como Dios manda. Para que funcione se requiere esa voluntad de entendernos. Tenemos el orgullo de ser una nación de todas las sangres, pero es un problema que no nos hayamos encontrado y seguimos sin entendernos todavía. En la cosmovisión circular, la del mito del eterno retorno (Eliade), después del desastre se regresa a esa etapa primaria de la infancia, en la que todo se puede volver a construir. Pero en la historia no hay borrón y cuenta nueva. Somos una sociedad milenaria y en nuestro pasado reciente nos matamos, precisamente, por no querer entendernos. Camino a las elecciones de 2026, con la ilusión de la primera infancia, pero con la sabiduría de las lecciones aprendidas, tenemos otra oportunidad de construir un futuro mejor antes que la desesperación nos invente otro peor. Seremos benditos o malditos, según se aproveche esta nueva oportunidad.