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[OPINIÓN] César Luna Victoria: “Admirose un portugués…”

“Nuestro problema no es quién ganará las elecciones, sino si tendrá liderazgo y legitimidad para gobernar…”.

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El restaurante en el que trabaja Celeste Martínez cumple un año y, para celebrarlo, invitará a sus parroquianos una copa de oporto y un clavel. Pero el ejército ha tomado las calles de Lisboa contra el gobierno que lo ha metido en una guerra que no puede ganar, retener las colonias de Angola y Mozambique. El gasto militar había convertido a Portugal en el país más pobre de Europa occidental y millones migraban para buscar trabajo. Los oficiales ya no eran aristócratas, sino clasemedieros y, en medio de la guerra fría, simpatizaban más con el comunismo. El restaurante no iba a abrir en esa turbulencia, así que Celeste se llevó las flores. Camino a casa, un soldado le pidió un cigarrillo. Como no tenía, le ofreció un clavel, lo puso en el cañón de la escopeta y repetiría el gesto en cada puesto de retén. Se corrió la voz y aparecieron más claveles, los de una boda que se postergaba, los del mercado, los de los almacenes del puerto. Las escopetas se convirtieron en floreros, era el 25 de abril de 1974, hace 50 años. Se le llamó la revolución de los claveles, que puso fin a una dictadura que los oprimía desde 1933, similar a la de Franco en España. Pero fue un fracaso político, tuvieron seis gobiernos al hilo y se tuvo que llamar a elecciones en menos de dos años.
Desde entonces, en Portugal han convivido izquierdas y derechas, alternándose en el poder, pactando en el centro para evitar alianzas con los extremos. Pero ahora renacen y corren el riesgo de repetir lo de España donde, para gobernar, la derecha (PP) se alía con la extrema derecha (VOX) o la izquierda (PSOE) con la extrema izquierda (SUMAR), con un resultado perverso, porque los extremos imponen su agenda radical. ¿Cómo llegaron a esto? La democracia liberal y la socialdemocracia europea propusieron un estado de bienestar y lo lograron, pero con daños colaterales. La pobreza bajó, pero la desigualdad aumentó y la comparación generó frustración, la riqueza ya no se vería como capital, sino como soberbia y avaricia. Mientras tanto, cuando la pobreza desaparecía, la trajeron de vuelta los inmigrantes, consumiendo servicios públicos y quitando trabajo. Contra eso, los extremos proponen transformaciones radicales. En derechos civiles, la extrema derecha está contra la inmigración y el aborto y a favor de una familia patriarcal y tradicional; en tanto que la extrema izquierda está a favor de la inmigración, la ideología de género y los derechos del colectivo LGTB. En economía, la extrema derecha regresa a la defensa de la industria local, contraria a la globalización y a la integración libre de mercados; en tanto que la extrema izquierda regresa a las estatizaciones, a la empresa pública y a mayores impuestos a patrimonios y herencias. Con intereses en el extremo, no son posibles conciliaciones en el centro.
Nosotros tendremos elecciones en un par de años. La Ciencia Política nos estudia para ver a dónde iremos luego del fracaso de la extrema izquierda con Castillo. Pero ven que en siete años hemos tenido seis presidentes, nueve intentos de vacancia presidencial, una disolución del Congreso y un golpe de Estado. Usualmente las democracias mueren por concentración de poder (dictadura), pero en Perú está muriendo por “vaciamiento”, porque no hay ningún grupo con poder real (Vergara y Barrenechea, mayo de 2023). El poder formal está fragmentado, 30 franquicias se pueden presentar a las elecciones, la mayoría subastará posiciones, los candidatos no serán profesionales, sino improvisados, los elegidos solo rendirán cuentas a sus patrocinadores y las elecciones serán una lotería. Mientras tanto, el poder real lo seguirán capturando bandas criminales. Nuestro problema no es quién ganará las elecciones, sino si tendrá liderazgo y legitimidad para gobernar, si podrá conectar política con sociedad y con economía. ¿Qué hacer? No esperar un mesías ni milagros, exigir coaliciones y pactos para políticas públicas, fiscalizar a los candidatos para evitar improvisados y, el día que toque, ir a votar, que cada voto contará.
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