Desde entonces, en Portugal han convivido izquierdas y derechas, alternándose en el poder, pactando en el centro para evitar alianzas con los extremos. Pero ahora renacen y corren el riesgo de repetir lo de España donde, para gobernar, la derecha (PP) se alía con la extrema derecha (VOX) o la izquierda (PSOE) con la extrema izquierda (SUMAR), con un resultado perverso, porque los extremos imponen su agenda radical. ¿Cómo llegaron a esto? La democracia liberal y la socialdemocracia europea propusieron un estado de bienestar y lo lograron, pero con daños colaterales. La pobreza bajó, pero la desigualdad aumentó y la comparación generó frustración, la riqueza ya no se vería como capital, sino como soberbia y avaricia. Mientras tanto, cuando la pobreza desaparecía, la trajeron de vuelta los inmigrantes, consumiendo servicios públicos y quitando trabajo. Contra eso, los extremos proponen transformaciones radicales. En derechos civiles, la extrema derecha está contra la inmigración y el aborto y a favor de una familia patriarcal y tradicional; en tanto que la extrema izquierda está a favor de la inmigración, la ideología de género y los derechos del colectivo LGTB. En economía, la extrema derecha regresa a la defensa de la industria local, contraria a la globalización y a la integración libre de mercados; en tanto que la extrema izquierda regresa a las estatizaciones, a la empresa pública y a mayores impuestos a patrimonios y herencias. Con intereses en el extremo, no son posibles conciliaciones en el centro.