Foto: Pedro Rances Mattey / AFP
Foto: Pedro Rances Mattey / AFP

La destrucción del aparato económico de nuestro país ha tenido su cúspide con la dolarización subliminal de la economía venezolana en los dos últimos años. Luego de un periodo hiperinflacionario que terminó el año 2020 con 3,000% –la más alta del mundo con creces–, la moneda nacional –que paradójicamente lleva el apellido de nuestro Libertador, el “Bolívar”– se desplomó vertiginosamente y de facto se ha empezado a usar el dólar americano.

Actualmente casi el 60% de las transacciones en Venezuela se realiza en moneda extranjera, pero menos de la mitad de la población tiene acceso a algún tipo de divisas. Los llamados “bodegones”, que son automercados con productos importados, venden insumos para un porcentaje de la población que tiene acceso a dólares, mientras la gran mayoría es sometida a sueldos miserables en un país donde el salario mínimo es equivalente a un dólar mensual.

Esto lamentablemente ha aumentado las brechas de desigualdad en una Venezuela donde las únicas que perdieron sus “privilegios”, por el mal llamado socialismo del siglo XXI, fueron la clase media y la trabajadora, que, al final, en mayoría, se vio obligada a migrar a otros países, incluyendo el Perú.

Pasamos de ser un país que producía 3 millones de barriles diarios de petróleo a casi 400 mil, luego de que quebraran la empresa petrolera. Siendo un país donde los hidrocarburos han sido el principal recurso, con las mayores reservas de petróleo del mundo, terminamos importando gasolina. ¿De dónde proviene todo esto? De decisiones erradas de un chavismo que quería financiar su “socialismo” con petrodólares y nacionalizaciones sin producir un solo centavo. Hasta 2013 Hugo Chávez había expropiado, en solo 10 años, más de 1,300 empresas que creía poder mantener a pérdida con un barril que, por ejemplo, en 2011, promedió los 100 dólares, y luego se desplomó.

Nuestro ingreso petrolero estuvo alrededor de los 56 mil millones de dólares entre 1999 y 2014, pero solo en 2020 ese ingreso no superó los US$2,300 millones, siendo casi la totalidad de nuestro PIB. Estas empresas estatizadas quebraron, dejando a cientos de miles de trabajadores a la deriva.

Los únicos que se enriquecieron fueron funcionarios corruptos que se aprovecharon del control cambiario venezolano, que con conexión en el gobierno tenían acceso a dólares preferenciales, mientras la gran inmensa mayoría tenía que cambiar dólares en el mercado negro. Luego vinieron los controles de precios que dejaron los anaqueles vacíos, largas colas para comprar comida y con eso la profundización de la miseria colectiva.

El resultado de este resumido desastre ha sido 5.5 millones de migrantes venezolanos, según cifras de las Naciones Unidas, convirtiendo a la crisis migratoria venezolana en la segunda crisis más grande del mundo después de la de Siria. La inflación se comió los salarios y nos hizo un país con un tercio de la población viviendo bajo inseguridad alimentaria, según la ONU. Más del 80% de los venezolanos vive en pobreza extrema y los servicios básicos como salud, agua y educación están totalmente colapsados. ¿Quién podría imaginar una crisis migratoria de esta magnitud en América Latina? Pues el régimen chavista lo ha logrado. Los ricos continúan siendo ricos, pero los trabajadores, hombres y mujeres de a pie, al final, terminaron perdiendo. Los venezolanos pasaron de vivir a sobrevivir, y todo por un modelo que prometió beneficiar a las grandes mayorías, pero al final fracasó y terminaron ganando unos pocos.

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