(Foto: Anthony Niño de uzmáan / @photo.gec)
(Foto: Anthony Niño de uzmáan / @photo.gec)

Han pasado 70 días desde el discurso del 28 de julio. Desde mi punto de vista, la ausencia de menciones a las reformas estructurales, tan necesarias para sostener el crecimiento más allá de las coyunturas externas favorables, es el gran obstáculo para el futuro. ¿A cuáles me refiero? Al inicio de las reformas en áreas claves, como la salud, educación, Poder Judicial, laboral, política y tributaria. La pandemia debería haber dejado lecciones. No podemos pasar cinco años sin reformas. No hay otra forma de conectar las buenas cifras macroeconómicas con el bienestar de todos los ciudadanos.

En primer lugar, toda reforma genera ganadores y perdedores, pues implica cambios y, como consecuencia, tienen un costo político. Sin embargo, si no se hacen, no podemos esperar resultados distintos, más allá de los “jalones” externos, que se manifiestan, como viene ocurriendo hace algunos meses, con los precios de las materias primas. La experiencia de otros países y del nuestro en el pasado muestra que la manera de minimizarlo es sumando cada vez más ganadores. Imagine usted, estimado lector, que comienza una reforma en el sector salud; en la medida que brinde resultados al ciudadano de a pie, por pequeños que sean, reducirá la oposición a la misma y facilitará su profundización. Se puede comenzar, por ejemplo, asegurando que todos los hospitales del país tengan todos los suministros médicos necesarios para que no ocurra que un paciente no pueda tener un mejor estado de salud porque no había el medicamento. Luego de ello, comprometerse, digamos en seis meses, en arreglar todas las máquinas para tomar exámenes en los hospitales públicos. Aquí la clave es la capacidad de gestión.

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En segundo lugar, entiendo que las reformas se implementan cuando los gobiernos experimentan altos niveles de credibilidad, que no es el caso actual de Castillo. Las reformas no se han iniciado y ni siquiera se mencionan. Más allá de frases retóricas y de anuncios para el pueblo (que dicho sea de paso nadie define quiénes son y quiénes no son), no hay nada.

En tercer lugar, es fundamental iniciar la reforma del Estado, digamos, en el tema de la mejoría en la entrega de servicios básicos a la población, que debe “sentir” que las cosas mejoran. Solo así pasaremos del pesimismo al optimismo.

La lista es más larga; ¿cómo se va a conseguir implementar los proyectos que están anunciados en el Marco Macroeconómico Multianual 2022-25 del actual gobierno? ¿Cómo se van a viabilizar los proyectos mineros? ¿Cómo terminarán nuestros estudiantes su año escolar? ¿Y la informalidad?

Todo esto pasa por solucionar el problema político. Las dificultades por las que atraviesa el país son muy grandes, muchas de ellas de décadas atrás. La economía y los problemas sociales se desarrollan al interior de un entorno político determinado. Hemos leído mucho sobre la importancia de tender puentes; si se han hecho, no se ven los resultados. El Congreso y el Ejecutivo tienen que jugar el partido por el Perú y no por agendas propias, por respetables que sean, pues ellos nos representan, ¿o no es así?

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