En primer lugar, toda reforma genera ganadores y perdedores, pues implica cambios y, como consecuencia, tienen un costo político. Sin embargo, si no se hacen, no podemos esperar resultados distintos, más allá de los “jalones” externos, que se manifiestan, como viene ocurriendo hace algunos meses, con los precios de las materias primas. La experiencia de otros países y del nuestro en el pasado muestra que la manera de minimizarlo es sumando cada vez más ganadores. Imagine usted, estimado lector, que comienza una reforma en el sector salud; en la medida que brinde resultados al ciudadano de a pie, por pequeños que sean, reducirá la oposición a la misma y facilitará su profundización. Se puede comenzar, por ejemplo, asegurando que todos los hospitales del país tengan todos los suministros médicos necesarios para que no ocurra que un paciente no pueda tener un mejor estado de salud porque no había el medicamento. Luego de ello, comprometerse, digamos en seis meses, en arreglar todas las máquinas para tomar exámenes en los hospitales públicos. Aquí la clave es la capacidad de gestión.