(Foto: Anthony Niño de Guzmán/GEC)
(Foto: Anthony Niño de Guzmán/GEC)

El crecimiento no es un fin en sí mismo, sino un medio que puede servir para aumentar el bienestar; es una condición necesaria pero no suficiente para elevar el bienestar. Una economía puede atravesar por una fase de crecimiento, medido por los aumentos en el PBI, pero no desarrollar. El crecimiento tiene una connotación material (producir más), mientras que el desarrollo está vinculado con la mejora del bienestar.

Entre 2002 y 2011 se creció por un entorno económico externo favorable, pero la calidad de vida no aumentó o, al menos, no lo hizo en la misma proporción. La historia muestra que los precios de las materias primas están sujetos a períodos de alza y caída. De ahí que no se pueda sostener el crecimiento sobre la base de un factor que no se controla dentro del país. Aun así, el ciclo de precios altos de las materias primas que comenzó en 2002 permitió una tasa de crecimiento promedio anual de 5.8% entre 2002 y 2011, la mayor en más de tres décadas. Otro factor que contribuyó con el crecimiento fue el auge crediticio iniciado en 2005, que también tenía un límite dado por la capacidad de endeudamiento de las familias. La pregunta es ¿por qué en ese período no se hicieron las reformas que hoy día conectarían crecimiento con calidad de vida?

Existen dos razones por las que es necesario crecer: por un lado, si las empresas producen más, el gobierno recauda más y, por lo tanto, aumenta la capacidad de gasto del Estado; por otro, y dependiendo de los sectores que lideren el crecimiento, genera empleo.

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¿Qué ocurre? En primer lugar, el hecho de que el Estado tenga dinero como consecuencia del crecimiento no significa que sepa cómo gastarlo; una de las grandes reformas ausentes en los primeros 20 años del siglo es la del Estado; en segundo lugar, los efectos de las políticas sociales no se ven en el corto plazo, sino en el mediano y largo plazo, suponiendo que hayan estado bien diseñadas e implementadas y no alteradas por los nuevos gobiernos; en tercer lugar, existe un alto nivel de desigualdad, no solo de ingresos, sino también de oportunidades y regional. En cuarto lugar, el Estado no está garantizando un acceso a servicios básicos de calidad, centrales para elevar el bienestar. En quinto lugar, la infraestructura es deficiente, en especial en la conexión entre sectores rurales y los mercados. En sexto lugar, la corrupción está extendida en toda la sociedad. En séptimo lugar, la ausencia de una reforma institucional.

Así no se puede desarrollar. Aún si se comenzaran a atacar los problemas mencionados, los resultados no se verían de manera inmediata. Como consecuencia, los gobiernos, cuando ven cómo se reducen sus niveles de aprobación, optan por programas asistencialistas para calmar a la población, y también ceden ante las presiones de grupos organizados; quien más presiona a través de huelgas, obstrucción de carreteras y similares tiene mayores probabilidades de ser escuchado.

Democracia no es igual a desorden. Pienso que debemos entender que lo que requerimos es una estrategia de desarrollo y no solo de crecimiento. Sin un Estado que funcione, es decir, que cumpla con sus tareas básicas, no es posible extender los beneficios del mercado. El mercado necesita del Estado.

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